RESUMEN
Este ensayo describe la movilización de los trabajadores, principalmente de
Berisso y Ensenada, hacia La Plata y los hechos que protagonizaron durante las
jornadas del 17 y 18 de octubre de 1945. Su análisis permite al autor advertir
sobre los peligros de ciertas interpretaciones reduccionistas, y sin pretender
elaborar hipótesis alternativas, sugiere que dichos sucesos representaron,
durante un breve lapso, el descorrer de un velo que oculta generalmente la
esencia de las relaciones sociales y culturales. Ello puede contribuir a
comprender una dimensión del peronismo en última instancia más profunda y
perdurable que los aumentos de salarios o las colonias
de vacaciones sindicales.
El 9 de octubre de 1945, Juan Domingo Perón
fue destituido de los cargos de vicepresidente y secretario de Trabajo y
Previsión que ocupaba en el gobierno militar instalado en la Argentina desde el
golpe de junio de 1943. En las primeras horas del 13 de octubre fue arrestado
en su domicilio y luego trasladado a la prisión de la isla Martín García. En
los treinta meses anteriores a estos acontecimientos, Perón había llegado a constituirse
en la figura protagónica del gobierno militar. Desde la Secretaria de Trabajo y
Previsión comenzó a solucionar algunos viejos reclamos de los trabajadores
argentinos y, gracias al uso inteligente de las prebendas oficiales, se granjeo
importantes aliados entre los dirigentes sindicales.
Su caída en desgracia en octubre de 1945
obedeció en parte a que sus camaradas militares estaban preocupados por su política
pro obrera y el poder político potencial que esta podría proporcionarle. La
destitución de Perón reflejo, además, la creciente ola de oposición civil y política
que el régimen militar venia enfrentando desde comienzos de ese año. Esta
oposici6n (que abarcaba todo el espectro de los partidos políticos, desde la
extrema izquierda hasta la derecha) había centrado cada vez más sus ataques en
la figura de Perón. Exigió su renuncia y el traspaso del gobierno a la Suprema
Corte para que esta convocase, en el menor tiempo posible, a elecciones que se realizarían
bajo su fiscalización. Pese a que en ese momento su derrota parecía definitiva,
la política pro obrera de Perón habría de rendir sus frutos en la semana
posterior a su separación de los cargos.
Desde la mañana del 17 de octubre columnas de
manifestantes llegaron al centro de Buenos Aires, provenientes de la propia
Capital Federal y de otros puntos del país, con el único propósito de reclamar
que se liberase a Perón y se lo restituyera en el gobierno. En las últimas
horas de la tarde colmaban la Plaza de Mayo frente a la Casa de Gobierno, y
entrada la noche la movilización había obligado a las autoridades a liberar a
Perón y permitir que se dirigiera a las masas de trabajadores allí reunidos
desde los balcones de la Casa Rosada. Estos acontecimientos lanzaron a Perón
por el camino que lo llevó a la victoria en las elecciones de febrero de 1946,
y consolidaron un movimiento social y político que ha tenido un papel dominante
en la Argentina en gran parte de los últimos cuarenta años.
I
Los sucesos de octubre fueron tema frecuente
de análisis social e histórico, tanto de contenido manifiestamente político
como de finalidades más académicas. En general, los comentarios sobre la
movilizaci6n de las masas en esos días formaron parte de un debate más amplio
acerca de los orígenes y la naturaleza del peronismo. La interpretación
intelectual prevaleciente durante casi todas las décadas de 1950 y 1960 fue la
formulada por Gino Germani y otros. Según ella, el apoyo obrero a Perón en el periodo
de gestación fue un reflejo de la heteronomía de la clase obrera. En
particular, los nuevos trabajadores provenientes de la provincias mis
tradicionales del interior del país habrían constituido el núcleo de dicho
apoyo. Atraídos por la figura del caudillo -aseguran estos autores-, fueron fácilmente
manipulados gracias a las cualidades personales de Perón y a los beneficios que
les otorgó un Estado paternalista. Además, se vieron seducidos por sus
apelaciones nacionalistas, en contraste con la retórica
"extranjerizante" de las instituciones y partidos tradicionales de
los trabajadores. Los nuevos trabajadores predominaron sobre los sectores
tradicionales de la clase obrera, en su gran mayoría descendientes de la masa
de inmigrantes europeos que llegaron al país antes de 1930, quienes
permanecieron fieles a sus instituciones e ideologías de clase. Estas
instituciones fueron incapaces de incorporar a los nuevos migrantes, que por
ello buscaron en Perón y en el Estado la satisfacción de sus necesidades.
Dentro de esta interpretación, la movilización
de octubre fue considerada la quintaesencia y el emblema de estas nuevas masas,
un momento de ruptura definitiva entre la vieja y la nueva clase obrera. Como
respuesta frente a esta primera interpretación, en los últimos quince años
surgió lo que podría denominarse una ortodoxia revisionista. Este revisionismo
ha sustentado convincentemente la idea de que en los años de gestación del
movimiento peronista había una clara dicotomía en la clase obrera; estos
investigadores han aducido que en verdad el movimiento sindical tradicional
desempeñó en 1944 y 1945 un papel decisivo en la movilización del apoyo a
Perón. En un ensayo cardinal de fines de la década de 1960, Miguel Murmis y
Juan Carlos Portantiero situaron los orígenes del peronismo (y dentro de este, específicamente,
la participación de la clase obrera) en el contexto de la evolución del
movimiento obrero de la década del treinta y principios de la del cuarenta. La
experiencia de la represión de los gobiernos conservadores, así como la
ineficacia de la organización sindical, hicieron que los trabajadores
argentinos y sus dirigentes vieran en Perón un aliado potencial, aunque ambiguo.
Juan Carlos Torre ha reconstruido
fehacientemente el debate interno que tuvo lugar en la clase obrera tradicional
y que llevo a la movilización masiva del 17 y el 18 de octubre de 1945. Torre
sostuvo que lejos de ser una manifestación espontánea y elemental de
"nuevos" trabajadores que hicieron a un lado a un movimiento sindical
apático u hostil, esos sucesos debieron en gran medida su éxito y sus alcances
a la movilización y la estructura del sindicalismo organizado. Así pues, la
imagen de que en los años de formación del peronismo la clase obrera había sido
una masa pasiva y manipulada dejó sitio a la imagen de actores políticos con
conciencia de clase que procuraban encontrar un camino realista para la
satisfacción de sus necesidades materiales. La dicotomía anterior entre la vieja
y la nueva clase obrera quedó subsumida en esta imagen de una clase obrera cada
vez más homogénea. No obstante, algunos autores se resistieron a aceptar esta
tendencia homogeneizante. Germani, en lo que sería su aporte final al debate
sobre los orígenes del peronismo, ofreció una variante de su postura primitiva,
que ponía el énfasis en la experiencia tradicional pre migratoria de los nuevos
trabajadores. En lugar de hacer hincapié en la peculiar relación de estos últimos
con el caudillo carismático, como lo había hecho en sus primeros trabajos,
Germani dirigió ahora su atención a la singularidad de la cultura política
"criolla" asociada con los nuevos migrantes. Según él, esta cultura
se caracterizaba por una espontaneidad que se expresaba en una especie de
"democracia inorgánica", fundada en la participación política
directa, con independencia de la mediación de las instituciones e ideologías
formales. Esta reformulación de su postura previa por Germani no convenció a la
mayoría de los estudiosos y fue sometida a sucesivas críticas por Tulio
Halperin Donghi, Juan Carlos Torre y otros.
En este artículo deseo sugerir que el debate
sobre los orígenes del peronismo, centrado en la cuestión de la vieja y la
nueva clase obrera, y en el tema, afín a este, del papel desempeñado por la organización
formal de la clase obrera, de hecho pasó por alto las formas concretas de movilización
y de protesta social que adoptaron los acontecimientos de octubre. Estas formas
fueron aplicadas más como instrumentos heurísticos por los bandos en pugna en el
debate, que como objetos de estudio con pleno derecho. Además, quiero señalar
que el hecho de que este debate haya dado lugar a lo que podría llamarse una
ortodoxia instrumentalista sobre la participación de la clase obrera en el
peronismo ha limitado nuestra comprensión de esta última y, en particular, ha
subestimado la importancia de su dimensión social y cultural más difusa. El análisis
de la movilización de las masas durante el 17 y el 18 de octubre puede
ayudarnos a apreciar mejor esa dimensión.
II
Este estudio se centrará
principalmente en los acontecimientos que se produjeron en La Plata y en el
papel que en ellos les cupo a los trabajadores de los frigoríficos de Berisso,
aunque para ello tendremos en cuenta documentos procedentes de varios centros
urbanos importantes. Se recurrirá a fuentes escritas y orales, y se examinarán los problemas derivados del empleo de estos materiales.
Fragores de
descontento, señales de inquietud entre los trabajadores por el desenlace de
los episodios que se iniciaron con la destitución de Perón, ya estaban
presentes antes del 17 de octubre. Al aproximarse el fin de semana del 13 y el
14 cundieron rumores acerca de una huelga nacional en apoyo de Perón. El día 15
la Federación Obrera de la Industria de la Carne, conducida por los comunistas,
se lamentaba de que ciertos elementos "recurrieran al pistolerismo"
para hacer que los trabajadores de los frigoríficos ganaran la calle. No
obstante, en general las fuerzas antiperonistas tenían buenos motivos para
sentirse seguras. Desde la obligada renuncia de Perón el día 9 y su posterior
arresto, parecía que tanto en las calles como en los círculos de gobierno la
suerte se había volcado decididamente en contra del ex vicepresidente y sus
partidarios. En cuanto a los rumores de huelga general, la Confederación
General del Trabajo (CGT) estaba claramente dividida acerca de este punto, y un
conjunto considerable de sindicatos y organizaciones obreras de arraigo habían
denunciado en forma categórica que la huelga no era conveniente. En La Plata,
ese sentimiento de satisfacción y confianza de las fuerzas antiperonistas era
tal vez más pronunciado aún. La Universidad Nacional de La Plata (que al igual
que los demás establecimientos universitarios habían estado en el primer plano
de la oposición al gobierno nacional, y cuyos estudiantes en huelga fueron
echados por la fuerza, a comienzos de octubre, de los edificios que habían
ocupado) tenía aparentemente ganada la batalla contra el gobierno y las
autoridades provinciales y policiales. Luego del relevamiento de Perón volvió a
la normalidad; el rector fue puesto nuevamente en posesión de su cargo y se
inició una investigación sobre la brutal represión policial durante la huelga y
ocupación estudiantil. Se designó un nuevo interventor federal en la provincia
de Buenos Aires, y un juez federal investigó las actividades desarrolladas por
el jefe de policía de la provincia y sus principales subordinados. En medio de
este clima de euforia general, poca atención se prestaba a los trabajadores de
los frigoríficos de Berisso. Sin embargo, la caída de Perón y su posterior
confinamiento tuvieron profunda repercusión en la comunidad de Berisso. Esta había
surgido en la década del cuarenta como una de las mayores concentraciones de
obreros industriales en la Argentina. El auge de las exportaciones de carne que
acompañaron a la Segunda Guerra Mundial hizo que la comunidad llegase a contar
tal vez con 45.000 habitantes en 1943, cuando se produjo el golpe militar que llevó
a Perón al primer plano nacional. En los dos años anteriores a octubre de 1945,
Perón mantuvo relaciones particularmente estrechas con los obreros de los frigoríficos
y su incipiente Sindicato Autónomo de la Industria de la Carne de Berisso.
Gracias a la favorable intervención de la Secretarla de Trabajo y Previsión, se
dieron los primeros e importantes pasos para consolidar una organización
sindical en las plantas de Swift y Armour. El propio Perón visito Berisso en varias
oportunidades, la última de las cuales había sido a comienzos de setiembre,
cuando asistió a los funerales de Doralio Reyes (hermano del líder de los
obreros de Berisso, Cipriano Reyes), asesinado en una refriega con militantes
comunistas. En la semana posterior a la caída de Perón se hablaba con
insistencia de la huelga en los frigoríficos Swift y Armour; Cipriano Reyes
recordaba que los dirigentes sindicales debieron contener a las bases para que
no se lanzaran a la huelga antes del fin de semana del 13 y 14 de octubre. A
falta de una iniciativa decidida de la CGT, el sindicato, junto con otros
grupos de trabajadores de Avellaneda y de los suburbios obreros situados al sur
de la Capital, resolvió por su cuenta organizar la huelga para el 17. Contener
el entusiasmo de las bases no era, empero, tarea fácil. Alrededor de las cinco
y media de la tarde del lunes 15, al término de su jornada laboral, los
trabajadores realizaron una manifestación por la calle Montevideo, la principal
arteria de Berisso. La multitud, de unas 700 personas, fue dispersada por la policía,
pero volvió a reunirse en pequeños grupos y durante varias horas marchó por las
calles centrales de Berisso coreando el nombre de Perón y exigiendo que fuera
puesto en libertad. A las nueve de la noche, luego de confluir hacia el local
del sindicato, finalmente se desconcentró. La misma escena se repitió la tarde
siguiente. Alrededor de las cinco se congregaron unas trescientas mujeres en la
calle Nueva York vivando el nombre de Perón; a ellas se sumaron muy pronto
obreros e iniciaron una marcha que fue controlada por varios agentes del orden.
Entretanto, la columna había engrosado con un contingente de trabajadores de
Villa San Carlos, un suburbio de Berisso, que de nuevo recorrieron las calles
durante varias horas, fueron dispersados temporariamente por la policía
mediante gases lacrimógenos y volvieron a reagruparse de inmediato, culminando
la manifestación a las nueve frente al edificio del sindicato. Los únicos
incidentes de que se dio cuenta fue el apedreo de un negocio cuyo dueño era
Carlos Bassano, un dirigente radical de la zona, y el ataque de unas
manifestantes contra un hombre que se había atrevido a gritar una consigna
antiperonista. En la noche del 16 Berisso estaba envuelta en una atmósfera de
expectativa. Había corrido la voz de que el 17 sería el día de la huelga, y
llegaban noticias de paros y mítines obreros en Avellaneda y otros barrios
proletarios del sur del Gran Buenos Aires. Además, los trabajadores de Berisso
estaban en contacto con los obreros de los ingenios azucareros tucumanos y sabían
que estos ya habían lanzado su movimiento de fuerza. En las oficinas del
sindicato las luces estuvieron encendidas toda la noche mientras culminaban los
preparativos para la huelga y la manifestación. La actividad era permanente;
miembros del sindicato y militantes obreros llegaban para recibir instrucciones
y luego partían a difundir entre sus vecinos y familiares las órdenes impartidas para el día siguiente. En una localidad industrial del tamaño de
Berisso, donde había una estrecha identidad entre el lugar de trabajo y el de
residencia, y entre las relaciones laborales y los lazos familiares, no le era difícil
al sindicato transmitir las noticias a la comunidad entera. Al alborear el día
17, ya se habían formado piquetes frente a los dos frigoríficos y la pequeña fábrica
textil. Obreros de la construcción, ferroviarios y portuarios habían sido
informados de los planes. Los piquetes se ubicaron también en todos los puntos
de acceso a Berisso, especialmente en el puente Roma, que conecta Berisso con
Ensenada, del otro lado del canal principal. Los camiones y tranvías que venían
de La Plata fueron volcados y hacia las ocho de la mañana la ciudad quedó
virtualmente aislada. Comisiones de obreros recorrieron los comercios de los
barrios de La Plata, Ensenada y Berisso, demandando el cierre en adhesión a las
manifestaciones que se preveían para la tarde. También se cerraron las escuelas
ya que los maestros que vivían en La Plata no tenían manera de llegar a Berisso.
El cronista de La Nación informó: A las 11 de la mañana, Berisso presentaba un
aspecto francamente anormal, con los comercios cerrados en su casi totalidad,
sin medios de transporte urbano y el vecindario en las aceras contemplando a
las columnas de obreros que se habían enseñoreado de las calles, llevando al
frente grandes carteles con retratos del coronel Perón. A mediodía una gran
cantidad de trabajadores provenientes de los frigoríficos, el puerto y la fábrica
textil se congregaron esperando la señal para marchar hacia La Plata. Se les
sumo un amplio contingente de Villa San Carlos, en el cual se veía a muchos
"que portaban abiertamente armas de fuego" . En La Plata, desde muy
temprano habían estado circulando 'los rumores más inquietantes" acerca de
lo que acontecerla por la tarde, con el arribo de los trabajadores de Berisso y
Ensenada. Vehículos cubiertos de leyendas en favor de Perón publicitaron la inminente
manifestaci6n. Entre las 7 y las 9 de la mañana se interrumpieron las líneas de
tranvías que iban de Berisso y Ensenada a La Plata, y poco más tarde empezaron
a recorrer las calles bicicletas y camiones anunciando la manifestación. Hacia mediodía
gran número de manifestantes se dieron cita en el Paseo del Bosque (el
principal punto de acceso desde Berisso a la ciudad, en la intersecci6n de las
calles 1 y 60), y aguardaron en el
parque a que llegaran los trabajadores de Berisso. Alrededor de las dos de la
tarde, un grupo significativo de los que allí esperaban comenz6 a marchar por
la diagonal 79. Luego de hacerlo por varias cuadras, al pasar frente a una obra
en construcci6n destruyeron el vallado de madera que la rodeaba en el aparente
intento de asegurarse de que nadie estuviera trabajando. Posteriormente llegaron
a los talleres del Departamento Provincial de Sanidad y, mientras la mayoría permanecía
fuera, entro una delegación para persuadir al jefe de personal sobre la
conveniencia de cerrar las instalaciones. Tras ello, regresaron al punto de
partida para seguir esperando el arribo del contingente de Berisso. Este
contingente llegó cerca de las cuatro de la tarde. La mayoría había recorrido a
pie los diez kilómetros que separan Berisso de La Plata; otros lo hicieron a
caballo, y una minoría en automóviles o camiones. Los manifestantes tomaron por
la calle 1 hasta la estación de ferrocarril y luego doblaron por la diagonal 80
para encaminarse hacia el centro de la ciudad. A esta altura la multitud había
cobrado ya un aspecto más fervoroso y amenazador. Arrojaron algunas piedras al
pasar frente a las oficinas del diario “El Día” y también atacaron algunos
negocios sobre las calles 50 y 7. Se detuvieron ante los edificios de la
universidad, donde cantaron primero el himno nacional y luego, entre silbatinas
y burlas, repitieron a coro "¡alpargatas si, libros no!". Por ultimo
avanzaron hasta la plaza San Martin, situada frente a la Casa de Gobierno; allí
pronunciaron discursos algunos miembros del Comité Intersindical que había
organizado la marcha y aclamaron a viva voz al nuevo interventor federal,
general Sáenz, cuando éste apareció en los balcones de la Casa de Gobierno. Una
delegación de dirigentes obreros entró para entrevistarse con él y expresarle
su preocupación por el arresto de Perón y su seguridad personal. En teoría, la manifestación, tal como había sido programada oficialmente, había concluido, y
desde el punto de vista del Comité Intersindical había sido un éxito. Los
trabajadores lograron paralizar a Berisso, Ensenada y La Plata y comunicar su
inquietud a las nuevas autoridades, consiguiendo que Sáenz enviase una
delegación a Buenos Aires para hablar con Perón. Sin embargo, para una cantidad
significativa de participantes la movilización estaba lejos de haber terminado.
Después de abandonar la plaza San Martín, "grupos de obreros armados con
ramas de árboles y proyectiles" tomaron por las calles laterales de la
elegante zona céntrica de la ciudad, pasaron frente a la corresponsalía del
diario La Prensa, el Banco Comercial, la casa Lutz Ferrando, el negocio Jacobo
Peuser y el Jockey Club de la provincia de Buenos Aires, se concentraron en la
calle 50 (a pocas cuadras de la plaza San Martín) y desde allí acometieron
contra todos esos edificios con una intensa pedrea, mientras en las calles
adyacentes otros grupos atacaban y saqueaban diversos negocios y confiterías de
moda. También las instalaciones de los clubes deportivos de Estudiantes y de
Gimnasia y Esgrima fueron objeto de atentados. Una gruesa multitud volvió a
apedrear las oficinas de “El Día” y volcó y destruyó en las inmediaciones tres vehículos
pertenecientes al diario. Poco después fueron víctimas de los ataques el otro
periódico importante de La Plata, El Argentino, así como la corresponsalía de Crítica,
de Buenos Aires, donde se rompieron los cristales y se pretendió irrumpir en el
interior. Como la policía o bien estaba ausente, o bien mantuvo una actitud
meramente contemplativa, la violencia fue subiendo de tono. En las palabras de
uno de los cronistas allí presentes, “... otros grupos se dieron a recorrer las
calles agrediendo a los que identificaban como estudiantes. Uno de estos grupos
castigó brutalmente a un joven frente a la legislatura por haberse negado a
vitorear el nombre de Perón” Otro testigo apuntaba: En la calle fue frecuente
la escena de corridas a personas, las cuales eran cercadas y golpeadas. Muchos
domicilios familiares no escaparon a la agresión. Estos hechos de violencia
culminaron alrededor de las ocho con una incursión contra la residencia oficial
del rector de la universidad, Dr. Calcagno. Todo comenzó cuando un grupo de
adolescentes empezaron a arrojar piedras; ahuyentados por una cuadrilla
policial, volvieron empero veinte minutos más tarde, engrosadas sus filas, y
lograron penetrar en la vivienda y destruir gran parte de sus interiores.
Finalmente llegaron refuerzos policiales acompañados por el general Sáenz; Este
inspeccionó los daños causados durante media hora y se fue dejando en el lugar
una pequeña guardia. Casi una hora después, se reunió otra multitud que apedreó
nuevamente el edificio. Hacia las diez, la policía había reaparecido en las
calles céntricas y la gente se dispersó. Al amanecer del 18 de octubre, los
habitantes de La Plata se encontraron con un espectáculo que no tenía
precedentes. Las calles no habían sido limpiadas por los barrenderos y no se veía
otra cosa que vidrios rotos y puertas y ventanas despedazadas. No parecían
mucho mejores las perspectivas para esa jornada. La CGT había proclamado
oficialmente que el 18 se realizaría una huelga nacional, respaldando así el
paro que de hecho habían efectuado el día anterior grandes sectores de la clase
obrera. Por añadidura, muchos de los manifestantes que llegaron a La Plata
provenientes de Berisso y Ensenada pasaron la noche durmiendo en las plazas y
parques de la ciudad, y se decía que incluso los que habían retornado a sus
hogares, marcharían otra vez sobre La Plata durante el día. Desde temprano,
pequeños grupos de adolescentes deambulaban por las calles con piedras y
garrotes en las manos, cantando el nombre de Perón y ordenando a los
comerciantes que no abrieran las puertas de sus establecimientos. También
fueron atacadas este día muchas casas particulares y cerca de las diez de la mañana
fue invadido el depósito principal de la fábrica de cerveza Quilmes, y se
distribuyeron grandes cantidades de cerveza. A medida que iba creciendo la
muchedumbre, volvía a descargar su ira sobre los mismos blancos escogidos la
jornada anterior: el diario El día, los bares y confiterías céntricos fueron
los objetivos favoritos, aunque también se asaltaron panaderías y otros
negocios de zonas menos elegantes. La ausencia total de agentes de policía hizo
que a mediodía la ciudad estuviera "a merced de las furiosas provocaciones
de los manifestantes". Quedaron destrozados virtualmente todos los
faroles, letreros eléctricos y carteleras en una amplia zona de la ciudad. En
las primeras horas de la tarde, el Comite Intersindical procuraba recobrar algún
grado de control sobre los acontecimientos. Los dirigentes del gremio de la
carne de Berisso (sobre todo Cipriano Reyes) habían estado casi todo el día
anterior en Buenos Aires, y a su regreso se anunció que a las cinco de la tarde
habría una concentración en la plaza San Martin, en la que hablarían Reyes y
otros dirigentes. Mientras recorrían las calles en automóvil, hicieron un llamamiento
a los trabajadores para que depusieran sus piedras y garrotes, a fin de
demostrar que quienes habían causado daños a la propiedad no eran auténticos
trabajadores. En el mitin, tanto Reyes como el secretario de gobierno de la
provincia, coronel Benito, apelaron a la calma de los manifestantes y los
instaron a abstenerse de usar armas y a regresar a sus hogares. Esta apelación
surtió algún efecto, pero de ningún modo puso fin a la perturbación del orden.
Mientras se desarrollaba el mitin, ciertos grupos apedrearon las oficinas cercanas
de La Prensa y La Nación. Al anochecer se lanzó también un ataque contra toda
una manzana céntrica poblada de finos negocios y confiterías. A las 19,30
largas columnas de trabajadores emprendieron el regreso a Berisso y Ensenada, y
volvió a verse policías montados patrullando las calles. Sin embargo, las
escaramuzas continuaron hasta las 22,30, cuando centenares de huelguistas, con
emblemas donde se leía la consigna "Esta noche quemaremos El Día",
arrojaron piedras y bombas "molotov" contra el edificio del periódico.
A medianoche, por primera vez en dos días consecutivos, había plena presencia
policial en las calles y los manifestantes desaparecieron, muchos de ellos
simplemente por agotamiento. Por otra parte, el retorno de los trabajadores de
Berisso y Ensenada a su lugar de residencia y a su trabajo privó a la multitud
de su núcleo más coherente.
Los destrozos provocados en esos dos días
fueron considerables. El Día, que sólo el 20 de octubre pudo dar a la estampa
su relato de lo sucedido, publicó una lista de las propiedades dañadas. En esa
lista se enumeraban 167 incidentes principales, sin dejar de señalar que no se
incluían numerosas depredaciones de menor cuantía. La mayor parte de los
incidentes tuvieron lugar en la zona céntrica comprendida por las calles 7, 48,
49, 50, 51, 53 y la diagonal 80. En su gran mayoría habían consistido en la
rotura de vidrieras, de carteles y letreros luminosos, y de otros objetos de
vidrio
III
¿Cómo
debemos interpretar estos sucesos acaecidos en La Plata el 17 y el 18 de
octubre, y que en diverso grado encontramos reproducidos en los otros grandes
centros urbanos argentinos? Un repaso de las fuentes periódicas, incluso tan
breve como el efectuado en la sección anterior, complica considerablemente la
imagen que recibimos de esos días. La esencia de este mito fue sintetizada por
Cipriano Reyes en su libro “Yo hice el 17 de octubre”. Fue, según Reyes,
"una revolución popular y pacífica de Latinoamérica y del mundo, que
levantó las banderas de la emancipación de los trabajadores y la liberación de
la República"
Como
veremos, esta visión de un fenómeno básicamente armonioso y libre de conflictos
no carecía de fundamento. No obstante, ¿fueron acaso esos sucesos, que hemos
esbozado apenas para La Plata, meros "incidentes aislados", como
Reyes continua diciendo en su libro? ,0 tal vez ¿ofrezcan un campo valido para
la interpretación y ciertos indicios provisionales acerca de lo que puede haber
sido la significación más profunda de tales acontecimientos? Recurrir a los
testimonios orales para penetrar en la conciencia de los obreros que
participaron en la experiencia no parece en un principio agregar mucho a
nuestra comprensión de ese significado más profundo. Las entrevistas que
realice con trabajadores de Berisso que habían intervenido en dichos sucesos me
resultaron al comienzo desconcertantes. Pese a que describían las disputas
sindicales de los años precedentes con gran lujo de detalles, sus recuerdos de
los días de octubre estaban a menudo rodeados del aura inconfundible del
discurso oficial. Me contaron con frecuencia que en esos días los trabajadores,
junto con otros sectores del "pueblo", se movilizaron para defender
sus legítimos reclamos de justicia social y para resguardar el patrimonio
nacional, en un movimiento básicamente armónico y patriótico. Hasta el lenguaje
que empleaban para relatarme esto era singular: pasaban de la vivida riqueza
del dialecto de la clase obrera a las envaradas frases de una retórica formal,
que parecían extraídas de alguna guía oficial sobre "Los grandes sucesos históricos
del movimiento obrero argentino". La uniformidad y falta de realismo de
gran parte de estos testimonios se complicaba por el hecho de que, en muchas
oportunidades, me contaban los acontecimientos de octubre tal como
aparentemente habían sucedido en Buenos Aires, ya que la versión peronista
oficial fue construida en gran medida en torno de lo que pasó en Plaza de Mayo;
sin embargo, mis entrevistados no habían participado en los sucesos de Buenos
Aires sino en los de La Plata. Pronto me resultó claro que cualquier tentativa
de avanzar más allí de esta versión oficial chocaría a menudo contra
"silencios, supresiones, amnesias y tabúes". Y esto no tiene por qué
sorprendemos.
Luisa Passerini, al comentar su trabajo sobre el recuerdo que
tenia del fascismo la clase obrera de Turín, observó: “Las fuentes orales se
niegan a responder a ciertas clases de preguntas; aunque parecen locuaces, a la
larga demuestran ser reticentes y enigmáticas, y, como la Esfinge, nos obligan
a reformular los problemas y a modificar nuestros hábitos de pensamiento
corrientes. (...) En verdad, lo que recibían mis oídos eran respuestas ora
incongruentes, ora irrelevantes. Y las "irrelevantes" se componían
principalmente de dos especies: los silencios y los chistes”. En un sentido
semejante se expresa Eclea Bosi en su trabajo sobre la rememoración y la
memoria entre los ancianos de San Pablo, al subrayar la dimensión social de sus
recuerdos y, en particular, el efecto que tienen sobre la rememoración de
sucesos del pasado las convenciones construidas según patrones culturales e ideológicos.
Para Bosi, la memoria no es nunca, pues, una evocación
pura y espontanea de los hechos o experiencias del pasado, tal como realmente
sucedieron o como originalmente se los vivencio: implica un proceso permanente
de elaboración y reelaboración de esos sucesos. Y esto es válido, sobre todo,
con respecto a la rememoración de acontecimientos que tuvieron importancia pública
y política, que siempre entrañan, según la aguda frase de Bosi, "una
lectura social del pasado con los ojos del presente". Vista desde este ángulo,
la renuencia de los obreros de Berisso a recordar muchos de los sucesos de los días
17 y 18 de octubre, o a concederles importancia, debe entenderse en función de
la historia posterior y del carácter simbólico que más tarde adquirieron los días
de octubre.
El 17 de octubre se convirtió en el emblema del surgimiento de la
clase obrera como fuerza auténtica y legítima dentro de la sociedad y la política
argentinas. A esta significación se le añadió el hecho de que el Estado
peronista adoptó este día como fecha decisiva del ritual público y de las
conmemoraciones nacionales. Dentro de la retórica peronista formal, los sucesos
de octubre alcanzaron singular primacía. En un sentido fundamental, el régimen
atribuyó a esos sucesos sus orígenes y su legitimidad. En el discurso que pronunció
Eva Perón desde los balcones de la Casa Rosada el 17 de octubre de 1949 ante la
masa de trabajadores allí reunidos, recordó de esta manera el significado de
los acontecimientos de cuatro años atrás: “Desde estos mismos balcones el líder asomaba
como un sol, rescatado por el pueblo y para el pueblo, sin más armas que sus
queridos descamisados de la patria, templados en el trabajo. Este es el
origen puro de nuestro líder. Es necesario decirlo y destacarlo. No surgió de
las combinaciones de un comité político. No es el producto del reparto de las
prebendas. No supo, no sabe, ni sabrá nunca de la conquista de voluntades, sino
por los caminos limpios de la justicia. Esta es la raíz y razón de ser del 17
de octubre, (que) nació en los surcos, en las fábricas y los talleres. Surge de
lo más noble de la actividad nacional. Fue concebido por los trabajadores en el
trabajo y su desarrollo contempla sus aspiraciones. (...) El 17 de octubre
(...) es una aspiración, es un canto hecho ya realidad”
El nacimiento
de Perón como figura nacional estaba ligado, por lo tanto, a la intervención de
los trabajadores, y en cierto sentido carecía de historia antes de esa fecha.
Los obreros, que lo habían rescatado, fueron también quienes reafirmaron su
concepción de la justicia social. Evita subrayaba además la pureza de esta
acción. El 17 de octubre no estaba manchado por ningún vínculo con la política
tradicional y con los intereses particulares. Dentro de este contexto, admitir
algunos de los hechos violentos y turbulentos acaecidos en esa jornada habría
empañado la legitimidad y la autenticidad del significado simbólico que
llegaron a tener. Y esto era tanto más necesario cuanto que involucraba formas
de conducta y de acción pública que poseían dudosa legitimidad incluso para
quienes participaron en los acontecimientos. La institucionalización e
integración del movimiento obrero en el Estado peronista llevó a muchos de los partícipes
en los sucesos de octubre a posiciones de jerarquía y respetabilidad. En los años
posteriores a 1955, la clase obrera, que debió librar una permanente batalla
defensiva para reafirmar la validez de sus reclamos en materia de derechos
ciudadanos y de plena justicia social, se vio impulsada a proteger la imagen
inmaculada que guardaba de esa fecha germinal y decisiva.
A esto debe sumarse,
a mi juicio, el discurso oficial acentuadamente antiperonista, que veía en el
17 de octubre, y en el surgimiento mismo del peronismo en la clase obrera, el
fruto de los elementos menos instruidos de esta clase, de los proletarios
carentes de educación o de los "lumpen". Así, pues, los recuerdos de
los obreros de Berisso se encuadraban en gran medida en un dialogo implícito
con esta otra versión de la movilización de octubre. Su mayor preocupación consistía
en dejar bien establecida la autenticidad de esos acontecimientos como una
genuina acción de la clase obrera, con todo lo que ello implicaba de proceder
responsable y de comportamiento decoroso. Pero si los silencios que se daban en
estos testimonios son sintomáticos, también lo son las anécdotas que de vez en
cuando se relataban, a menudo casi en broma, referidas a alguna otra persona y
siempre después que el informante hubiera señalado la importancia y la dignidad
formal de esos sucesos. Apelando a algunos de estos testimonios orales, así
como a algunas fuentes escritas, podemos ahora tratar de indagar más a fondo cómo
fue la movilización del 17 y el 18 de octubre.
IV
El recuerdo predominante sobre esos días
entre los trabajadores de Berisso era quizá la atmósfera familiar y festiva
imperante. Michelle Perrot comenta que "si las revoluciones son las
grandes vacaciones que se toma la vida, las huelgas son las vacaciones del
proletariado". Este fue por cierto un elemento determinante en la
movilización de octubre: la liberación de la disciplina de la fábrica, el goce
de carecer de una rutina rigurosa. Este aspecto fue claramente subrayado por un
obrero de Berisso: “Fue un día maravilloso (...) familias enteras salieron a la calle. Mi
hijita vino con nosotros; la lleve a babuchas gran parte del trayecto. (...) Se
habían puesto en servicio algunos ómnibus para los que no podían hacer todo el
camino a pie. La gente coreaba estribillos y cantaba, hacia bromas y juegos. La
comida y las bebidas pasaban de mano en mano (...) El tiempo estaba esplendido
y cuando llegamos al Paseo del Bosque era como un enorme picnic; había personas
descansando, tiradas bajo los árboles, o jugando al futbol. (...) No, no hubo
escenas de violencia, la gente estaba contenta”. Si este es el recuerdo
predominante que viene enseguida a la memoria, ello se debe en parte a que fue
robustecido y legitimado por la visión oficial que creó el Estado peronista
sobre el 17 de octubre. En la cultura popular de la era peronista y en la
propaganda del gobierno, los hechos de ese día encarnaron la armonía social e
individual y la felicidad de la familia, en agudo contraste con la idea que se
tiene de la otra fecha decisiva en el calendario de los trabajadores, el 10 de
mayo, que pasó a ser el símbolo del pesar, la amargura y la derrota de la época
preperonista. Pero si aquella imagen perduró, también fue porque estaba sólidamente
fundada en los hechos históricos. Las crónicas periodísticas sobre lo que
ocurrió en otros grandes centros urbanos confirman ampliamente en este aspecto
las remembranzas de los obreros de Berisso. Leemos que en Avellaneda, en la mañana
del 17, “...muchachones y mujeres, ante el inesperado asueto, formaron
corrillos y comenzaron a desfilar por las calles cercanas. (...) Bien pronto se
proveyeron de banderas de los distintos clubs que se esparcen en gran número en
los barrios, y así, durante toda la mañana, el ambiente ciudadano adquirió un
clima especial de bullicio”. También en la Capital privo el clima
festivo: “La mayoría del público que desfiló en las más diversas columnas por las
calles lo hacía en mangas de camisa. Viese a hombres vestidos de gauchos y a
mujeres de paisanas, (...) muchachos que transformaron las avenidas y plazas en
pistas de patinaje, y hombres y mujeres vestidos estrafalariamente, portando
retratos de Perón, con flores y escarapelas prendidas en sus ropas, y afiches y
carteles. Hombres a caballo y jóvenes en bicicleta, ostentando vestimentas
chillonas, cantaban estribillos y prorrumpían en gritos”. En Rosario,
el cronista de La Capital comentaba acerca de “los numerosos hombres, mujeres y
niños exóticamente vestidos que bailaban por las calles". Esta atmósfera
carnavalesca, en la que ponen el acento tanto los testimonios orales como los
escritos, nos hace reparar en la novedad que esto constituía como forma de expresión
de la clase obrera, y nos introduce en su posible significación más profunda.
Si bien este espíritu festivo fue más tarde glorificado y legitimado,
representaba un apartamiento radical respecto de los cánones de la época sobre
el comportamiento público aceptable de los obreros. Esta transgresión de las
normas tradicionales que regían las manifestaciones obreras, este
quebrantamiento de los repertorios de conducta aceptados, fue resentido
agudamente sobre todo por los comunistas, anarquistas y socialistas. No solo
los incidentes violentos denunciados, sino el tono y el estilo mismo de las manifestaciones
fue para ellos una afrenta. Esos proletarios no cantaban los himnos típicos de
los mítines obreros, como los del 1° de mayo, no marchaban bien encolumnados ni
obedecían las reglas tacitas de la decencia y la contención cívicas. En lugar
de ello, entonaban canciones populares, bailaban en medio de la calle, silbaban
y vociferaban, y eran a menudo dirigidos por hombres a caballo vestidos de
gauchos. El acompañamiento musical constante de sus marchas era el insistente
retumbar de enormes bombos. Además, cubrían a su paso todo lo que veían con
leyendas inscriptas con tiza -hecho que, teniendo en cuenta las reiteradas
oportunidades en que fue comentado por la prensa, aparentemente era otro
notorio apartamiento de la tradición-. En suma, las multitudes del 17 de
octubre carecían del tono de solemnidad y dignidad característico que impresionaba
como la decorosa encarnación de la razón y de los principios. Los comunistas
hicieron referencia a "los clanes con aspecto de murga"
conducidos por elementos del "hampa", cuya expresión típica
era la figura del "compadrito". La Vanguardia, órgano del Partido
Socialista, señaló que ésos no podían ser auténticos obreros: “Los
obreros, tal como siempre se ha definido a nuestros hombres de trabajo,
aquellos que desde hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones
gremiales y sus luchas contra el capital; los que sienten la dignidad de las funciones
que cumplen y, a tono con ellas, en sus distintas ideologías, como ciudadanos
trabajan por el mejoramiento de las condiciones sociales y políticas del país,
no estaban allí. Esta es una verdad incuestionable y publica que no puede ser
desmentida: si cesaron en su trabajo el día miércoles y jueves no fue por autodeterminación,
sino por imposición de los núcleos anteriores, amparados y estimulados por la policía”.
Según este periódico, era inconcebible que esa clase obrera diera el espectáculo
de "una
horda, de una mascarada, de una balumba, que a veces degeneraba en murga".
Y terminaba preguntándose: "¿Qué obrero argentino actúa en una
manifestación en demanda de sus derechos como lo haría en un desfile de
carnaval?" Frente a esta pregunta retórica, la respuesta de las
organizaciones obreras tradicionales era simple: no se trataba de genuinos
trabajadores, sino más bien de elementos marginales, “lumpen". Gran parte
de ese comportamiento festivo y carnavalesco tenía que ver con lo que podría
denominarse una forma de "iconoclasia laica". Aplicado en este
sentido, el término "iconoclasia", según los antropólogos, designa “la destrucción
publica y deliberada de los símbolos sagrados con el propósito implícito de
suprimir toda lealtad a la institución que utiliza tales símbolos y, además, de
anular todo el respeto que se guardaba hacia la ideología difundida por dicha
institución". Si observamos con cuidado las formas que asumió la
acción pública en los sucesos de octubre (que La Vanguardia asimilaba a una
variante del "candombe"), así como los objetivos de esa acción,
veremos que entrañaban la frecuente violación de instituciones, símbolos y
normas que cumplen la función de transmitir y legitimar la riqueza y el
prestigio social. Es dable suponer que al transgredir esas instituciones,
blasfemar contra esos símbolos y escarnecer las normas del decoro y la buena
conducta, las multitudes de octubre estaban poniendo en evidencia la impotencia
de dichas instituciones y negándoles autoridad y poder simbólico. No obstante,
no todo fue pura celebración carnavalesca: también hubo allí un fuerte matiz de
descarga de resentimiento de clase y de amargura. Los testigos presenciales
recordaban esto, a veces con renuencia: “Me acuerdo que al dar vuelta una esquina
-tiene que haber sido cerca del centro de La Plata, muy temprano en la mañana
de ese día- vi a ese tipo corpachón parado en la acera frente a la vidriera
destrozada de una joyería. Sostenía el arma en el aire, como quien saluda con
el puño cerrado, y gesticulando con una enorme sonrisa señalaba el reloj que
llevaba puesto en la muñeca, mientras les gritaba a sus compañeros: " ¡nunca
en mi puta vida tuve un reloj!". Por la ropa que usaba supe que era de
Berisso.
Todavía estaba con ropa de trabajo”. Esta iconoclasia laica pudo
expresarse también, de manera muy directa, en los ataques perpetrados contra
los centros sociales y lugares de diversión de la elite. En La Plata, Córdoba y
Buenos Aires, el Jockey Club fue uno de los blancos favoritos, así como
determinados cafés y confiterías. En La Plata hubo atentados asimismo contra
los centros sociales vinculados a los clubes deportivos de Estudiantes y de
Gimnasia y Esgrima. Sin embargo, el saqueo y el atentado directo fueron las
excepciones. La violencia descargada en muchos de estos episodios parece haber
tenido un fuerte carácter ritualista. En lugar de infligirla en forma
individual sobre las personas, su objetivo era la destrucción pública del
prestigio y la inviolabilidad, una expresión pública humillante que permitiría
violar la santidad y el privilegio inherentes a tales instituciones. Y con
frecuencia esa iconoclasia laica se manifestó en forma relativamente triviales;
en gran parte estuvo ligada a la burla y el ridículo. La columna central de
manifestantes de Rosario estaba encabezada por un burro sobre el cual se había fijado
un letrero con una leyenda "ofensiva para los profesores
universitarios y cierto vespertino". Muchos de los integrantes de
dicha columna "bailaban en torno de una efigie de Perón al par que proferían
canticos burlescos contra la prensa, las universidades y la democracia”. En
La Plata, en el curso de los disturbios del día 18, un grupo de manifestantes
entraron en una empresa de pompas fúnebres y exigieron que se les diera un ataúd,
con el cual desfilaron luego por la zona elegante de la ciudad coreando
consignas "hostiles contra los estudiantes y los periódicos".
Esto parece guardar cierta correspondencia con la idea de
"contra-teatro" (counter-theater), de E. P. Thompson, que consiste
esencialmente en “la burla o afrenta de los símbolos de la autoridad".
Formaba parte evidente de ello el desprecio de los códigos de la indumentaria,
manifestado en la ostentación de vestimentas extravagantes o simplemente en el
uso de la ropa de trabajo (las "alpargatas" y las
"bombachas" de los hombres de campo) en un medio que no era ni el
lugar de trabajo ni el barrio. En La Plata, la muchedumbre descargó
expresamente su ira contra los hijos de la "gente bien", a quienes
identificaban en especial por su manera de vestir y de peinarse (los "jóvenes
engominados"). En Buenos Aires, La Vanguardia consignó que se lanzaron
insultos y burlas contra muchos individuos por el solo hecho de llevar los
zapatos bien lustrados y usar camisa limpia. Particularmente ultrajante fue el
pintarrajeo de un buen número de monumentos de los próceres nacionales, cubiertos
con leyendas en favor de Perón. En una tónica semejante recordaban los obreros
de Berisso ciertos hechos que atribuían a "los pibes" o a "algunos
de los muchachos que habían perdido los estribos": “Bueno,
si... Recuerdo haber visto a un grupo de muchachos que se pararon frente a un
edificio de departamentos de la zona céntrica, cerca de la universidad, creo, y
después de entonar algunos cantos empezaron a hacer gestos... usted sabe... se
llevaban las manos abajo y hacían movimientos exagerados... o poniéndose la
mano en la boca como un bocina hacían como si estuvieran tirándose pedos”.
Otros recordaban que ciertos "muchachos" amenazaban con bajarse los
pantalones en presencia de damas respetables de la sociedad. Estos testimonios
eran a menudo acompañados de risas indulgentes, en apariencia destinadas a
despojarlos de su verdadera significación. Volvemos a remitirnos aquí al análisis
que hace Thompson del cuestionamiento de la autoridad simbólica, que "en
ocasiones no tiene otro objetivo que desafiar la seguridad hegemónica, despojar
al poder de su mistificación simbólica o incluso meramente vilipendiarlo" Sin
embargo, esto no agota la cuestión. Si se aprecia cuáles fueron los blancos
principales escogidos por los manifestantes, se podrá averiguar algo más acerca
de la naturaleza de esta iconoclasia laica. Los blancos elegidos para el ataque
directo, la mofa o el ridículo no fueron casuales. No hubo casi ningún atentado
contra las fábricas, a pesar de que la movilización fue programada por los
sindicatos. En las inmediaciones de las principales plantas de Avellaneda,
Berisso y la Capital se congregaron grandes multitudes, pero una vez que
lograban que los establecimientos fueran cerrados y sus trabajadores se les
incorporaran, seguían su camino. Tampoco se atentó contra los edificios de los
organismos de gobierno ni de la policía. Más aun, como hemos visto en el caso
de La Plata, los edificios públicos (en especial los pertenecientes a la
Secretaria de Trabajo) fueron considerados los lugares mis adecuados para
realizar cerca de ellos la concentraci6n final. Como la policía estuvo
virtualmente ausente de las calles durante los dos días, los choques con las
fuerzas de la ley fueron raros. De hecho, en Avellaneda el mitin principal del día
18 se efectuó frente a la comisaria de la primera circunscripción policial,
desde cuyo balcón los oradores se dirigieron a la multitud. Los blancos
fundamentales fueron más bien las universidades, los estudiantes y los órganos
de prensa. En La Plata, desde las primeras horas del día 17 grupos de
trabajadores tuvieron enfrentamientos con aquellos a quienes identificaban como
estudiantes. Las pensiones estudiantiles fueron asaltadas, ocasionando daños en
su interior y golpeando a sus moradores. La marcha de la tarde cruzó
deliberadamente la zona de la universidad, entonando slogans como "iAlpargatas
sí, libros no!" y "¡Menos cultura y más trabajo!".
El encono hacia la universidad culminó en el saqueo de la residencia del
rector. Incidentes similares se repitieron en los restantes centros
universitarios importantes. En Córdoba y Rosario fueron asimismo violentadas
las viviendas privadas de los rectores y se reprodujo la pauta de agravios y de
hostilidad contra los estudiantes y los establecimientos de enseñanza superior.
Ya hemos hecho la crónica de los ataques dirigidos por los manifestantes a los
órganos de prensa de La Plata. El día 17, poco después del alba, uno de los
primeros actos de los obreros de Berisso consistió en quemar ritualmente todos
los ejemplares de los diarios platenses a cuyos camiones de reparto habían permitido
ingresar a la ciudad. Es llamativo que no se contentaran con impedir su distribución,
lo cual les habría resultado fácil con sólo obstaculizar la entrada de los
camiones; en lugar de ello, los quemaron de una manera casi ceremonial, en una
publica demostración de rechazo a su status y su poder. En la misma dirección
apunta su insistente regreso a las oficinas de El Día en el curso de esa
jornada, así como en la noche del 18. En Buenos Aires, el suceso más violento
fue el ataque lanzado contras las oficinas del diario Critica cuando la
multitud abandonó Plaza de Mayo después de escuchar a Per6n. En Córdoba, el
principal diario de la provincia, La Voz del Interior, fue agredido con piedras
y bombas "molotov", y también se cometieron agresiones contra otros
periódicos locales más pequeños. En Lomas de Zamora se escogió al periódico
local La Unión como blanco de los ataques. Claramente, si la multitud
properonista dirigía su ira a la prensa y a la universidad era en parte porque reconocía
su importancia como enemigos políticos. La prensa argentina se mostró, en general,
francamente hostil a Perón y a las medidas adoptadas por el, y como los
partidos políticos no estaban en funcionamiento desde 1943, las universidades
eran el eje de la oposición al gobierno militar y a Perón en especial. Durante
los días de octubre, en ausencia de una participación directa de las fuerzas
militares y de policía del Estado, y de un conflicto directo entre el capital y
el trabajo, la contienda por la dominación simbólica y el poder cultural dentro
de la sociedad civil se manifestó con singular transparencia. La clase obrera,
excluida por mucho tiempo de 'la esfera pública" en la que se generaban
dichas formas de poder y de dominación, dirigió sus ataques precisamente a dos
de las entidades que con mayor nitidez determinaban las ideas vigentes sobre la
legitimidad social y cultural -lo que Pierre Bourdieu ha definido como "el
capital cultural y simbólico". Al obrar así, procuraba reafirmar su propio
poder simbólico y la legitimidad de sus reclamos de representatividad, así como
el reconocimiento de la importancia social de la experiencia, los valores y la
organización de la clase obrera dentro de la esfera pública. En este contexto
deben situarse gran parte de las manifestaciones anticulturales y
antiuniversitarias de esos días. Más que reflejar un filisteísmo plebeyo, eran
la reafirmación por la clase obrera de que, pese a estar excluida del sistema
elitista de educación -que, como ella bien sabia, brindaba bienes mucho más
preciados que los simples conocimientos y habilidades-, su experiencia tenía un
valor y un mérito cultural propios. Mientras los obreros marchaban frente a la
Universidad de La Plata, desde los altoparlantes de un automóvil que los acompañaba
se los exhortaba a mostrar que "los obreros no necesitan ir a la
universidad para tener educación, y debían demostrar que la tenían". La
Plata, con su singular concentración de muchas de las instituciones claves de
la cultura legítima (museos, bibliotecas, teatros, establecimientos
universitarios), recordaba en forma particularmente intensa a los obreros la
desigual distribución del poder cultural. ¿Quiénes eran estos obreros que
salieron a la calle en esos días de octubre y adoptaron las formas de proceder
que hemos estado analizando? Es imposible hacer aquí una sociología minuciosa
de los sucesos multitudinarios de octubre, pero parece claro que no les cuadra
a estos acontecimientos una división simplista entre una nueva clase obrera
migrante y la clase obrera "europeista" tradicional. Si hubiera
existido tal división, previsiblemente en Berisso se habría puesto en evidencia
mejor que en ninguna otra comunidad obrera argentina. Su fuerza de trabajo
original estuvo compuesta por inmigrantes europeos establecidos en las décadas
de 1910 y 1920. En las dos décadas siguientes se les incorporaron nuevos
migrantes que provenían de las provincias del interior del país. No obstante,
nada prueba que estos últimos apoyasen a Perón y constituyesen la fuerza
impulsora de la movilización de octubre, ni tampoco que los primeros adoptaran
una actitud opositora, apoyando a los partidos tradicionales de la clase
obrera. Esta diferenciación no parece haber tenido mucho significado para los
obreros de Berisso en la década del cuarenta. Si alguna diferenciación hubo,
posiblemente estuvo ligada a las diversas experiencias de vida de la clase
obrera en la década precedente, más que a sus distintos orígenes étnicos y
culturales. Sobre todo, la distinci6n parece haber sido generacional. La
juventud de los participantes en los hechos del 17 y el 18 de octubre fue una característica
destacada por casi todos los comentaristas. La prensa sefialó con frecuencia
que la mayoría de los manifestantes de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y La
Plata tenían menos de 25 años. Una crónica típica describía una columna de unas
diez mil personas que avanzaban hacia el Ministerio de Guerra, en la Capital
Federal, diciendo que "en su enorme mayoría eran jóvenes de
menos de veinte años". A juzgar por las listas de los sujetos
atendidos a raíz de lesiones, se diría que quienes intervinieron en los hechos más
violentos eran más jóvenes aun, con una edad promedio de 19 años. Los
testimonios orales también parecían asociar la movilización de octubre con la
juventud; permanentemente se empleaban las palabras "pibes" y
"muchachos" para referirse a los participantes. Cipriano Reyes
vinculaba este problema generacional al hecho de que a comienzos de los años
cuarenta, y después de más de una década de inercia, había surgido en las
plantas de Swift y Armour un sindicalismo combativo: “Muchos de nosotros éramos
muchachos que habíamos entrado a las plantas en los primeros años de la guerra.
Teníamos una actitud diferente que los trabajadores más viejos. Supongo que podría
decirse que éramos más presumidos, menos aprensivos, menos respetuosos. Conocíamos
las terribles luchas de las primera época solo por lo que nos habían contado
los viejos militantes, no las habíamos experimentado en carne y hueso. Por
supuesto, hubo militantes mayores que se sumaron a nosotros, y aprendimos de
ellos; pero decididamente sentíamos que formábamos una "nueva ola". Y
eso se vio el 17 de octubre; los que tomaron la iniciativa y quisieron
realmente hacer algo por Perón fueron los obreros más jóvenes”. El
editorialista de La Capital de Rosario alertaba a sus contemporáneos acerca de
la importancia de este factor: “Es un peligro que los grupos de
manifestantes más audaces, los más agresivos, los que llegan a negar la
necesidad de propender a la cultura social por intermedio de la universidad, el
libro y la prensa, los constituyan jovencitos de 15 a 18 años o jóvenes que no
alcanzan los 28. Urge entonces que los dirigentes de los partidos políticos
vuelvan sus ojos y concentren su atención en esa masa ciudadana que actualmente
desconocen, que no figura en los ya viejos y anticuados registros partidarios;
y que los comités que se reabran en breve se conviertan en centros de cultura,
de readaptación de esa juventud inexperta, indócil y desorientada que puede ser
la causa de un tremendo disgusto en un futuro próximo”.
V
Estrechamente ligada a la contienda por el
acceso a la esfera pública y el reconocimiento dentro de ella, había otra
contienda implícita en torno de lo que podríamos denominar jerarquía espacial y
propiedades territoriales. Una metáfora que recorre permanentemente las crónicas
de la prensa burguesa y obrera sobre los días de octubre es la de la ciudad y
la periferia. La ciudad, definida como el conjunto de antiguos y arraigados
centros residenciales y administrativos donde residía el poder político (y
donde, por extensión, tenían lugar las actividades relevantes en el plano
social y cultural), era el territorio respetado. Mas allá se extendía la
periferia, los suburbios, la no ciudad, lo desconocido -mis aún, lo que no valía
la pena conocer-. Y todos destacaban que las muchedumbres que marcharon sobre
la ciudad procedían de la periferia. Una y otra vez, al narrar los sucesos de
Buenos Aires, los reporteros hacían hincapié en que los manifestantes venían de
zonas suburbanas: Avellaneda, Lomas de Zamora, Gerli, Lanús, Banfield, Remedios
de Escalada, Valentín Alsina, Pineyro, Quilmes, Bernal. Esos nombres eran
repetidos como parte de una letanía, cual si se quisiera subrayar su ajenidad y
diferenciarlos de la auténtica ciudad. En La Plata el contraste era más
pronunciado todavía. La ciudad en si era casi exclusivamente un centro
administrativo, educativo y cultural: un modelo de planeamiento urbano, con
calles amplias, pequeñas casas con jardines, espacios abiertos, monumentos y
edificios públicos bien planificados. Berisso y Ensenada no podrían haber
presentado mayor contraste. Aunque técnicamente formaban parte de la ciudad de
La Plata, desde el punto de vista social y cultural integraban un mundo
distinto. Berisso estaba separada de La Plata por unos nueve kilómetros de
campo abierto. Dominada por los dos enormes frigoríficos cuyo hedor se esparcía
por todo el poblado, muchas de sus casas eran de chapa corrugada, de colores
brillantes, y daban albergue a más de una familia. Desde luego, la diferencia
no era meramente geográfica. Los habitantes de La Plata y de Berisso Vivian en
universos sociales distintos, y esta diferencia se reflejaba en su separación
espacial y era a la vez reforzada por esta. La ciudad propiamente dicha, en
especial su zona céntrica, era el territorio de quienes contaban con algún
status político, social y cultural. También en este aspecto los acontecimientos
de octubre violaron las convenciones vigentes: los suburbios invadieron el
centro. Esa violación no era un asunto trivial. En los preparativos para los festejos
del Centenario, en 1910, tuvo lugar un incidente pequeño pero elocuente. En el
centro mismo de Buenos Aires, en la esquina de Florida y C6rdoba (en pleno,
Barrio Norte, a pocas cuadras de las mansiones de la plaza San Martin y la
avenida Alvear y de los principales edificios ministeriales), se levantó en un
terreno baldío una suerte de teatro popular de variedades para entretener al
populacho que venía desde los suburbios y otros lugares mis distantes para
asistir a las celebraciones; se lo llamó el "Circo Florida". En las
peyorativas palabras del diario La Prensa, era "una construcci6n más
apropiada para una aldea del campo o un barrio de los suburbios, que para el
coraz6n de una zona aristocrática de una gran capital como Buenos Aires".
El 5 de mayo de 1910, estudiantes de la Universidad de Buenos Aires prendieron
fuego a esa construcci6n, de la que no quedaron ni vestigios, siendo
ruidosamente aclamados por La Prensa y por la "gente bien" de Buenos
Aires por haber preservado la dignidad del centro de la ciudad y su carácter de
reserva culta y aristocrática.
A todas luces, en los veinticinco años
siguientes se volvió cada vez mis difícil mantener esas normas tan rígidas de jerarquía
espacial y propiedad territorial. Sin duda, en ese periodo las cosas cambiaron.
No obstante, un tono muy parecido de desdén y furor contra quienes habían
violado el sagrado espacio de la ciudad (La Vanguardia llamó "estas calles
clásicas" a las de Buenos Aires) puede apreciarse aun en esta despectiva
queja del diario Crítica: “Las muchedumbres agraviaron el buen gusto y la estética
de la ciudad, afeada por su presencia en nuestras calles. El pueblo las
observaba pasar, un poco sorprendido al principio, pero luego con glacial
indiferencia”. Seria difícil concebir una expresi6n sintética más precisa del
choque producido durante los días de octubre en los códigos de conducta y las
nociones de decoro. La ciudad había adquirido una personalidad cuyo sentido estético,
aparentemente, podía ser agraviado. Además, los que podían habitar legítimamente
el espacio de la ciudad se limitaba con nitidez a los miembros de la clase
media porteña que leía Critica; de ahí la referencia a "nuestras"
calles: , ¿eran acaso las calles de todos los ciudadanos argentinos? Este
sentimiento de exclusividad social expresado en las ideas acerca de la ciudad,
la división entre el "nosotros" y el "ellos" implícita en
la afirmaci6n de la legitimidad de la jerarquía territorial, era reforzada al
identificar como "el pueblo" a los que tenían el derecho legítimo de
habitar el espacio de la ciudad. El corolario parece ser la presunci6n de que
los intrusos, aquellos que afean con su presencia las calles de la ciudad, son
el "no pueblo", los que no merecen gozar de la condición de ciudadanos.
Fue para acabar con esa "glacial indiferencia" de la ciudad, y todo
lo que esa indiferencia y ese desdén simbolizaban, que la multitud se lanz6 a
las calles el 17 y el 18 de octubre de 1945.
VI
Este ensayo no ha pretendido formular una crítica
del análisis estructuralista del peronismo en nombre de un enfoque
"culturalista" alternativo. Resulta claro que, en un sentido
fundamental, el 17 y el 18 de octubre reflejaron la gran capacidad de los
trabajadores argentinos para movilizarse en defensa de sus intereses de clase,
tal como ellos los percibían. Las acciones emprendidas por los obreros de
Berisso, verbigracia, no pueden examinarse fuera del contexto del creciente
sentido de organización y conciencia que habían forjado en sus luchas de los
dos años anteriores contra sus patrones de los frigoríficos. Esa experiencia de
organización sindical y la confianza que les dio en sí mismos formó parte
esencial de lo que los lanzó a la calle en octubre. Además, en un sentido
global, desde el punto de vista de los trabajadores el peronismo era básicamente
una respuesta a la penuria económica y a la explotaci6n de clase. Puede
considerarse que el apoyo obrero a Perón fue la lógica participaci6n de los
trabajadores en un proyecto reformista conducido por el Estado que les prometía
beneficios materiales concretos. Esta adhesi6n trasuntaba, evidentemente, un racionalismo
social y económico básico, y un pragmatismo de clase. En este artículo mi propósito
no ha sido negar esto, sino más bien sugerir los límites del instrumentalismo
reduccionista como paradigma explicativo. El reduccionismo lleva a resultados
particularmente infortunados en el estudio de los movimientos de protesta
social y los comportamientos multitudinarios, y esto es notorio en el caso de
los acontecimientos de octubre. Si bien ellos pusieron en evidencia que la
clase obrera tenia conciencia de la necesidad de defender sus intereses económicos
y sociales, expresaron también un cuestionamiento social más difuso a las
formas aceptadas de jerarquía social y a los símbolos de autoridad. Los
estudiosos dedicaron mayormente su atención al objeto político primordial de
las manifestaciones (la figura personal de Perón y su liberación del
confinamiento que le había sido impuesto) y al papel que desempeñó la
organizaci6n sindical formal en el éxito de la movilizaci6n. No obstante, he
procurado mostrar que la propia movilización y las formas que adoptó señalan
una significación social más amplia, que nos encamina hacia una comprensión más
sutil del sentido que tuvo el peronismo para la clase obrera. El peronismo fue
un fenómeno complejo y sumamente ambiguo, y en ningún otro aspecto lo fue más
que en lo concerniente al rol que tuvo en la clase obrera. Los mismos sucesos
de octubre nos advierten que no pueden extraerse conclusiones demasiado
simplistas. Por un lado está la sublevación carnavalesca, el quebrantamiento de
las normas vigentes, lo que hemos llamado la "iconoclasia laica"; por
el otro, la franca confraternidad con las fuerzas de la ley y el orden, la
subordinaci6n de las acciones de la clase obrera a las autoridades del Estado. Además,
mediante estos acontecimientos la clase obrera rindió homenaje, en definitiva,
a una figura militar autoritaria. En lugar de tratar de resolver esta
ambivalencia fundamental, propia de la esencia del peronismo, en favor de uno u
otro de los términos opuestos que la componen, parecería más productivo
aceptarla y sondear su significado más profundo. Con ese espíritu ha sido
escrito el presente ensayo. Los sucesos de octubre representaron el
levantamiento, durante un breve lapso, del velo que oculta generalmente la
esencia de las relaciones sociales y culturales. En ese extraño interludio
provocado por la singular coyuntura de octubre de 1945, tales relaciones, y la
lucha que ellas implicaban, quedaron expuestas con mayor transparencia. El
estudio de estos acontecimientos puede llevarnos a comprender una dimensión del
peronismo que fue, en última instancia, más perdurable y más heroica que los
aumentos de salarios o las colonias de vacaciones sindicales.
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