EL PROGRAMA "YO SI PUEDO" LLEGA AL SANTA LUCIA

EL PROGRAMA "YO SI PUEDO" LLEGA AL SANTA LUCIA
Casa por casa. Así se proponen desde el Programa de Alfabetización Yo, sí puedo ir por el barrio Santa Lucía. Primero relevando a quienes no saben ni leer ni escribir, luego acercándoles la oportunidad de acceder a este derecho. La iniciativa es impulsada por la Multisectorial de Solidaridad con Cuba, la Biblioteca Popular Juanito Laguna y la Secretaría de Integración y Desarrollo Sociocomunitario de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). "La intención es declarar al barrio Santa Lucía libre de analfabetismo", expresa el coordinador de la Multisectorial, Guillermo Cabruja. Para definir los pasos a seguir, voluntarias y voluntarios que se sumaron a la propuesta se reunieron en la sede de Humanidades y Artes. También estaban otras coordinadoras de la iniciativa: María Luz Silva y Luna Navarro, por la UNR, y Noris Piclú de la biblioteca barrial. La etapa de trabajo contempla un relevamiento inicial previsto para el mes próximo; luego, comenzar con la tarea de alfabetización. En este caso valiéndose de los materiales y capacitación que provee el programa de origen cubano. A diferencia de otras experiencias que este plan ha desarrollado en otros contextos, esta vez buscan sumar a las familias y vecinos en la tarea, como otros facilitadores. La intención es multiplicar las oportunidades de acercarse a la lectura y a la escritura, hacer encuentros más regulares y poder llegar así a fin de año con los jóvenes y adultos alfabetizados. El plan se proyecta hacia mayores de 14 años que no han concurrido nunca a la escuela o bien lo hicieron hasta los primeros grados y necesitan recuperar una práctica social como son la escritura y la lectura. Otro dato relevante es que una vez que hayan aprobado el paso por el Yo, sí puedo, se busca que sigan cursando en el Centro de Alfabetización Básica de Educación de Adultos (Caeba) que funciona en el barrio. Un paso más para aprobar formalmente la escuela primaria. Más información al correo: yosipuedoseidesoc@gmail.co

lunes, 9 de abril de 2018

17 Y 18 DE OCTUBRE DE 1945: EL PERONISMO, LA PROTESTA DE MASAS Y LA CLASE OBRERA ARGENTINA / DANIEL JAMES

RESUMEN

 Este ensayo describe la movilización de los trabajadores, principalmente de Berisso y Ensenada, hacia La Plata y los hechos que protagonizaron durante las jornadas del 17 y 18 de octubre de 1945. Su análisis permite al autor advertir sobre los peligros de ciertas interpretaciones reduccionistas, y sin pretender elaborar hipótesis alternativas, sugiere que dichos sucesos representaron, durante un breve lapso, el descorrer de un velo que oculta generalmente la esencia de las relaciones sociales y culturales. Ello puede contribuir a comprender una dimensión del peronismo en última instancia más profunda y perdurable que los aumentos de salarios o las colonias de vacaciones sindicales. 


El 9 de octubre de 1945, Juan Domingo Perón fue destituido de los cargos de vicepresidente y secretario de Trabajo y Previsión que ocupaba en el gobierno militar instalado en la Argentina desde el golpe de junio de 1943. En las primeras horas del 13 de octubre fue arrestado en su domicilio y luego trasladado a la prisión de la isla Martín García. En los treinta meses anteriores a estos acontecimientos, Perón había llegado a constituirse en la figura protagónica del gobierno militar. Desde la Secretaria de Trabajo y Previsión comenzó a solucionar algunos viejos reclamos de los trabajadores argentinos y, gracias al uso inteligente de las prebendas oficiales, se granjeo importantes aliados entre los dirigentes sindicales.
Su caída en desgracia en octubre de 1945 obedeció en parte a que sus camaradas militares estaban preocupados por su política pro obrera y el poder político potencial que esta podría proporcionarle. La destitución de Perón reflejo, además, la creciente ola de oposición civil y política que el régimen militar venia enfrentando desde comienzos de ese año. Esta oposici6n (que abarcaba todo el espectro de los partidos políticos, desde la extrema izquierda hasta la derecha) había centrado cada vez más sus ataques en la figura de Perón. Exigió su renuncia y el traspaso del gobierno a la Suprema Corte para que esta convocase, en el menor tiempo posible, a elecciones que se realizarían bajo su fiscalización. Pese a que en ese momento su derrota parecía definitiva, la política pro obrera de Perón habría de rendir sus frutos en la semana posterior a su separación de los cargos.
Desde la mañana del 17 de octubre columnas de manifestantes llegaron al centro de Buenos Aires, provenientes de la propia Capital Federal y de otros puntos del país, con el único propósito de reclamar que se liberase a Perón y se lo restituyera en el gobierno. En las últimas horas de la tarde colmaban la Plaza de Mayo frente a la Casa de Gobierno, y entrada la noche la movilización había obligado a las autoridades a liberar a Perón y permitir que se dirigiera a las masas de trabajadores allí reunidos desde los balcones de la Casa Rosada. Estos acontecimientos lanzaron a Perón por el camino que lo llevó a la victoria en las elecciones de febrero de 1946, y consolidaron un movimiento social y político que ha tenido un papel dominante en la Argentina en gran parte de los últimos cuarenta años. 

I

Los sucesos de octubre fueron tema frecuente de análisis social e histórico, tanto de contenido manifiestamente político como de finalidades más académicas. En general, los comentarios sobre la movilizaci6n de las masas en esos días formaron parte de un debate más amplio acerca de los orígenes y la naturaleza del peronismo. La interpretación intelectual prevaleciente durante casi todas las décadas de 1950 y 1960 fue la formulada por Gino Germani y otros. Según ella, el apoyo obrero a Perón en el periodo de gestación fue un reflejo de la heteronomía de la clase obrera. En particular, los nuevos trabajadores provenientes de la provincias mis tradicionales del interior del país habrían constituido el núcleo de dicho apoyo. Atraídos por la figura del caudillo -aseguran estos autores-, fueron fácilmente manipulados gracias a las cualidades personales de Perón y a los beneficios que les otorgó un Estado paternalista. Además, se vieron seducidos por sus apelaciones nacionalistas, en contraste con la retórica "extranjerizante" de las instituciones y partidos tradicionales de los trabajadores. Los nuevos trabajadores predominaron sobre los sectores tradicionales de la clase obrera, en su gran mayoría descendientes de la masa de inmigrantes europeos que llegaron al país antes de 1930, quienes permanecieron fieles a sus instituciones e ideologías de clase. Estas instituciones fueron incapaces de incorporar a los nuevos migrantes, que por ello buscaron en Perón y en el Estado la satisfacción de sus necesidades.

Dentro de esta interpretación, la movilización de octubre fue considerada la quintaesencia y el emblema de estas nuevas masas, un momento de ruptura definitiva entre la vieja y la nueva clase obrera. Como respuesta frente a esta primera interpretación, en los últimos quince años surgió lo que podría denominarse una ortodoxia revisionista. Este revisionismo ha sustentado convincentemente la idea de que en los años de gestación del movimiento peronista había una clara dicotomía en la clase obrera; estos investigadores han aducido que en verdad el movimiento sindical tradicional desempeñó en 1944 y 1945 un papel decisivo en la movilización del apoyo a Perón. En un ensayo cardinal de fines de la década de 1960, Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero situaron los orígenes del peronismo (y dentro de este, específicamente, la participación de la clase obrera) en el contexto de la evolución del movimiento obrero de la década del treinta y principios de la del cuarenta. La experiencia de la represión de los gobiernos conservadores, así como la ineficacia de la organización sindical, hicieron que los trabajadores argentinos y sus dirigentes vieran en Perón un aliado potencial, aunque ambiguo.

Juan Carlos Torre ha reconstruido fehacientemente el debate interno que tuvo lugar en la clase obrera tradicional y que llevo a la movilización masiva del 17 y el 18 de octubre de 1945. Torre sostuvo que lejos de ser una manifestación espontánea y elemental de "nuevos" trabajadores que hicieron a un lado a un movimiento sindical apático u hostil, esos sucesos debieron en gran medida su éxito y sus alcances a la movilización y la estructura del sindicalismo organizado. Así pues, la imagen de que en los años de formación del peronismo la clase obrera había sido una masa pasiva y manipulada dejó sitio a la imagen de actores políticos con conciencia de clase que procuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. La dicotomía anterior entre la vieja y la nueva clase obrera quedó subsumida en esta imagen de una clase obrera cada vez más homogénea. No obstante, algunos autores se resistieron a aceptar esta tendencia homogeneizante. Germani, en lo que sería su aporte final al debate sobre los orígenes del peronismo, ofreció una variante de su postura primitiva, que ponía el énfasis en la experiencia tradicional pre migratoria de los nuevos trabajadores. En lugar de hacer hincapié en la peculiar relación de estos últimos con el caudillo carismático, como lo había hecho en sus primeros trabajos, Germani dirigió ahora su atención a la singularidad de la cultura política "criolla" asociada con los nuevos migrantes. Según él, esta cultura se caracterizaba por una espontaneidad que se expresaba en una especie de "democracia inorgánica", fundada en la participación política directa, con independencia de la mediación de las instituciones e ideologías formales. Esta reformulación de su postura previa por Germani no convenció a la mayoría de los estudiosos y fue sometida a sucesivas críticas por Tulio Halperin Donghi, Juan Carlos Torre y otros.

En este artículo deseo sugerir que el debate sobre los orígenes del peronismo, centrado en la cuestión de la vieja y la nueva clase obrera, y en el tema, afín a este, del papel desempeñado por la organización formal de la clase obrera, de hecho pasó por alto las formas concretas de movilización y de protesta social que adoptaron los acontecimientos de octubre. Estas formas fueron aplicadas más como instrumentos heurísticos por los bandos en pugna en el debate, que como objetos de estudio con pleno derecho. Además, quiero señalar que el hecho de que este debate haya dado lugar a lo que podría llamarse una ortodoxia instrumentalista sobre la participación de la clase obrera en el peronismo ha limitado nuestra comprensión de esta última y, en particular, ha subestimado la importancia de su dimensión social y cultural más difusa. El análisis de la movilización de las masas durante el 17 y el 18 de octubre puede ayudarnos a apreciar mejor esa dimensión. 

II

Este estudio se centrará principalmente en los acontecimientos que se produjeron en La Plata y en el papel que en ellos les cupo a los trabajadores de los frigoríficos de Berisso, aunque para ello tendremos en cuenta documentos procedentes de varios centros urbanos importantes. Se recurrirá a fuentes escritas y orales, y se examinarán los problemas derivados del empleo de estos materiales. 
Fragores de descontento, señales de inquietud entre los trabajadores por el desenlace de los episodios que se iniciaron con la destitución de Perón, ya estaban presentes antes del 17 de octubre. Al aproximarse el fin de semana del 13 y el 14 cundieron rumores acerca de una huelga nacional en apoyo de Perón. El día 15 la Federación Obrera de la Industria de la Carne, conducida por los comunistas, se lamentaba de que ciertos elementos "recurrieran al pistolerismo" para hacer que los trabajadores de los frigoríficos ganaran la calle. No obstante, en general las fuerzas antiperonistas tenían buenos motivos para sentirse seguras. Desde la obligada renuncia de Perón el día 9 y su posterior arresto, parecía que tanto en las calles como en los círculos de gobierno la suerte se había volcado decididamente en contra del ex vicepresidente y sus partidarios. En cuanto a los rumores de huelga general, la Confederación General del Trabajo (CGT) estaba claramente dividida acerca de este punto, y un conjunto considerable de sindicatos y organizaciones obreras de arraigo habían denunciado en forma categórica que la huelga no era conveniente. En La Plata, ese sentimiento de satisfacción y confianza de las fuerzas antiperonistas era tal vez más pronunciado aún. La Universidad Nacional de La Plata (que al igual que los demás establecimientos universitarios habían estado en el primer plano de la oposición al gobierno nacional, y cuyos estudiantes en huelga fueron echados por la fuerza, a comienzos de octubre, de los edificios que habían ocupado) tenía aparentemente ganada la batalla contra el gobierno y las autoridades provinciales y policiales. Luego del relevamiento de Perón volvió a la normalidad; el rector fue puesto nuevamente en posesión de su cargo y se inició una investigación sobre la brutal represión policial durante la huelga y ocupación estudiantil. Se designó un nuevo interventor federal en la provincia de Buenos Aires, y un juez federal investigó las actividades desarrolladas por el jefe de policía de la provincia y sus principales subordinados. En medio de este clima de euforia general, poca atención se prestaba a los trabajadores de los frigoríficos de Berisso. Sin embargo, la caída de Perón y su posterior confinamiento tuvieron profunda repercusión en la comunidad de Berisso. Esta había surgido en la década del cuarenta como una de las mayores concentraciones de obreros industriales en la Argentina. El auge de las exportaciones de carne que acompañaron a la Segunda Guerra Mundial hizo que la comunidad llegase a contar tal vez con 45.000 habitantes en 1943, cuando se produjo el golpe militar que llevó a Perón al primer plano nacional. En los dos años anteriores a octubre de 1945, Perón mantuvo relaciones particularmente estrechas con los obreros de los frigoríficos y su incipiente Sindicato Autónomo de la Industria de la Carne de Berisso. Gracias a la favorable intervención de la Secretarla de Trabajo y Previsión, se dieron los primeros e importantes pasos para consolidar una organización sindical en las plantas de Swift y Armour. El propio Perón visito Berisso en varias oportunidades, la última de las cuales había sido a comienzos de setiembre, cuando asistió a los funerales de Doralio Reyes (hermano del líder de los obreros de Berisso, Cipriano Reyes), asesinado en una refriega con militantes comunistas. En la semana posterior a la caída de Perón se hablaba con insistencia de la huelga en los frigoríficos Swift y Armour; Cipriano Reyes recordaba que los dirigentes sindicales debieron contener a las bases para que no se lanzaran a la huelga antes del fin de semana del 13 y 14 de octubre. A falta de una iniciativa decidida de la CGT, el sindicato, junto con otros grupos de trabajadores de Avellaneda y de los suburbios obreros situados al sur de la Capital, resolvió por su cuenta organizar la huelga para el 17. Contener el entusiasmo de las bases no era, empero, tarea fácil. Alrededor de las cinco y media de la tarde del lunes 15, al término de su jornada laboral, los trabajadores realizaron una manifestación por la calle Montevideo, la principal arteria de Berisso. La multitud, de unas 700 personas, fue dispersada por la policía, pero volvió a reunirse en pequeños grupos y durante varias horas marchó por las calles centrales de Berisso coreando el nombre de Perón y exigiendo que fuera puesto en libertad. A las nueve de la noche, luego de confluir hacia el local del sindicato, finalmente se desconcentró. La misma escena se repitió la tarde siguiente. Alrededor de las cinco se congregaron unas trescientas mujeres en la calle Nueva York vivando el nombre de Perón; a ellas se sumaron muy pronto obreros e iniciaron una marcha que fue controlada por varios agentes del orden. Entretanto, la columna había engrosado con un contingente de trabajadores de Villa San Carlos, un suburbio de Berisso, que de nuevo recorrieron las calles durante varias horas, fueron dispersados temporariamente por la policía mediante gases lacrimógenos y volvieron a reagruparse de inmediato, culminando la manifestación a las nueve frente al edificio del sindicato. Los únicos incidentes de que se dio cuenta fue el apedreo de un negocio cuyo dueño era Carlos Bassano, un dirigente radical de la zona, y el ataque de unas manifestantes contra un hombre que se había atrevido a gritar una consigna antiperonista. En la noche del 16 Berisso estaba envuelta en una atmósfera de expectativa. Había corrido la voz de que el 17 sería el día de la huelga, y llegaban noticias de paros y mítines obreros en Avellaneda y otros barrios proletarios del sur del Gran Buenos Aires. Además, los trabajadores de Berisso estaban en contacto con los obreros de los ingenios azucareros tucumanos y sabían que estos ya habían lanzado su movimiento de fuerza. En las oficinas del sindicato las luces estuvieron encendidas toda la noche mientras culminaban los preparativos para la huelga y la manifestación. La actividad era permanente; miembros del sindicato y militantes obreros llegaban para recibir instrucciones y luego partían a difundir entre sus vecinos y familiares las órdenes impartidas para el día siguiente. En una localidad industrial del tamaño de Berisso, donde había una estrecha identidad entre el lugar de trabajo y el de residencia, y entre las relaciones laborales y los lazos familiares, no le era difícil al sindicato transmitir las noticias a la comunidad entera. Al alborear el día 17, ya se habían formado piquetes frente a los dos frigoríficos y la pequeña fábrica textil. Obreros de la construcción, ferroviarios y portuarios habían sido informados de los planes. Los piquetes se ubicaron también en todos los puntos de acceso a Berisso, especialmente en el puente Roma, que conecta Berisso con Ensenada, del otro lado del canal principal. Los camiones y tranvías que venían de La Plata fueron volcados y hacia las ocho de la mañana la ciudad quedó virtualmente aislada. Comisiones de obreros recorrieron los comercios de los barrios de La Plata, Ensenada y Berisso, demandando el cierre en adhesión a las manifestaciones que se preveían para la tarde. También se cerraron las escuelas ya que los maestros que vivían en La Plata no tenían manera de llegar a Berisso. El cronista de La Nación informó: A las 11 de la mañana, Berisso presentaba un aspecto francamente anormal, con los comercios cerrados en su casi totalidad, sin medios de transporte urbano y el vecindario en las aceras contemplando a las columnas de obreros que se habían enseñoreado de las calles, llevando al frente grandes carteles con retratos del coronel Perón. A mediodía una gran cantidad de trabajadores provenientes de los frigoríficos, el puerto y la fábrica textil se congregaron esperando la señal para marchar hacia La Plata. Se les sumo un amplio contingente de Villa San Carlos, en el cual se veía a muchos "que portaban abiertamente armas de fuego" . En La Plata, desde muy temprano habían estado circulando 'los rumores más inquietantes" acerca de lo que acontecerla por la tarde, con el arribo de los trabajadores de Berisso y Ensenada. Vehículos cubiertos de leyendas en favor de Perón publicitaron la inminente manifestaci6n. Entre las 7 y las 9 de la mañana se interrumpieron las líneas de tranvías que iban de Berisso y Ensenada a La Plata, y poco más tarde empezaron a recorrer las calles bicicletas y camiones anunciando la manifestación. Hacia mediodía gran número de manifestantes se dieron cita en el Paseo del Bosque (el principal punto de acceso desde Berisso a la ciudad, en la intersecci6n de las calles 1 y 60), y  aguardaron en el parque a que llegaran los trabajadores de Berisso. Alrededor de las dos de la tarde, un grupo significativo de los que allí esperaban comenz6 a marchar por la diagonal 79. Luego de hacerlo por varias cuadras, al pasar frente a una obra en construcci6n destruyeron el vallado de madera que la rodeaba en el aparente intento de asegurarse de que nadie estuviera trabajando. Posteriormente llegaron a los talleres del Departamento Provincial de Sanidad y, mientras la mayoría permanecía fuera, entro una delegación para persuadir al jefe de personal sobre la conveniencia de cerrar las instalaciones. Tras ello, regresaron al punto de partida para seguir esperando el arribo del contingente de Berisso. Este contingente llegó cerca de las cuatro de la tarde. La mayoría había recorrido a pie los diez kilómetros que separan Berisso de La Plata; otros lo hicieron a caballo, y una minoría en automóviles o camiones. Los manifestantes tomaron por la calle 1 hasta la estación de ferrocarril y luego doblaron por la diagonal 80 para encaminarse hacia el centro de la ciudad. A esta altura la multitud había cobrado ya un aspecto más fervoroso y amenazador. Arrojaron algunas piedras al pasar frente a las oficinas del diario “El Día” y también atacaron algunos negocios sobre las calles 50 y 7. Se detuvieron ante los edificios de la universidad, donde cantaron primero el himno nacional y luego, entre silbatinas y burlas, repitieron a coro "¡alpargatas si, libros no!". Por ultimo avanzaron hasta la plaza San Martin, situada frente a la Casa de Gobierno; allí pronunciaron discursos algunos miembros del Comité Intersindical que había organizado la marcha y aclamaron a viva voz al nuevo interventor federal, general Sáenz, cuando éste apareció en los balcones de la Casa de Gobierno. Una delegación de dirigentes obreros entró para entrevistarse con él y expresarle su preocupación por el arresto de Perón y su seguridad personal. En teoría, la manifestación, tal como había sido programada oficialmente, había concluido, y desde el punto de vista del Comité Intersindical había sido un éxito. Los trabajadores lograron paralizar a Berisso, Ensenada y La Plata y comunicar su inquietud a las nuevas autoridades, consiguiendo que Sáenz enviase una delegación a Buenos Aires para hablar con Perón. Sin embargo, para una cantidad significativa de participantes la movilización estaba lejos de haber terminado. Después de abandonar la plaza San Martín, "grupos de obreros armados con ramas de árboles y proyectiles" tomaron por las calles laterales de la elegante zona céntrica de la ciudad, pasaron frente a la corresponsalía del diario La Prensa, el Banco Comercial, la casa Lutz Ferrando, el negocio Jacobo Peuser y el Jockey Club de la provincia de Buenos Aires, se concentraron en la calle 50 (a pocas cuadras de la plaza San Martín) y desde allí acometieron contra todos esos edificios con una intensa pedrea, mientras en las calles adyacentes otros grupos atacaban y saqueaban diversos negocios y confiterías de moda. También las instalaciones de los clubes deportivos de Estudiantes y de Gimnasia y Esgrima fueron objeto de atentados. Una gruesa multitud volvió a apedrear las oficinas de “El Día” y volcó y destruyó en las inmediaciones tres vehículos pertenecientes al diario. Poco después fueron víctimas de los ataques el otro periódico importante de La Plata, El Argentino, así como la corresponsalía de Crítica, de Buenos Aires, donde se rompieron los cristales y se pretendió irrumpir en el interior. Como la policía o bien estaba ausente, o bien mantuvo una actitud meramente contemplativa, la violencia fue subiendo de tono. En las palabras de uno de los cronistas allí presentes, “... otros grupos se dieron a recorrer las calles agrediendo a los que identificaban como estudiantes. Uno de estos grupos castigó brutalmente a un joven frente a la legislatura por haberse negado a vitorear el nombre de Perón” Otro testigo apuntaba: En la calle fue frecuente la escena de corridas a personas, las cuales eran cercadas y golpeadas. Muchos domicilios familiares no escaparon a la agresión. Estos hechos de violencia culminaron alrededor de las ocho con una incursión contra la residencia oficial del rector de la universidad, Dr. Calcagno. Todo comenzó cuando un grupo de adolescentes empezaron a arrojar piedras; ahuyentados por una cuadrilla policial, volvieron empero veinte minutos más tarde, engrosadas sus filas, y lograron penetrar en la vivienda y destruir gran parte de sus interiores. Finalmente llegaron refuerzos policiales acompañados por el general Sáenz; Este inspeccionó los daños causados durante media hora y se fue dejando en el lugar una pequeña guardia. Casi una hora después, se reunió otra multitud que apedreó nuevamente el edificio. Hacia las diez, la policía había reaparecido en las calles céntricas y la gente se dispersó. Al amanecer del 18 de octubre, los habitantes de La Plata se encontraron con un espectáculo que no tenía precedentes. Las calles no habían sido limpiadas por los barrenderos y no se veía otra cosa que vidrios rotos y puertas y ventanas despedazadas. No parecían mucho mejores las perspectivas para esa jornada. La CGT había proclamado oficialmente que el 18 se realizaría una huelga nacional, respaldando así el paro que de hecho habían efectuado el día anterior grandes sectores de la clase obrera. Por añadidura, muchos de los manifestantes que llegaron a La Plata provenientes de Berisso y Ensenada pasaron la noche durmiendo en las plazas y parques de la ciudad, y se decía que incluso los que habían retornado a sus hogares, marcharían otra vez sobre La Plata durante el día. Desde temprano, pequeños grupos de adolescentes deambulaban por las calles con piedras y garrotes en las manos, cantando el nombre de Perón y ordenando a los comerciantes que no abrieran las puertas de sus establecimientos. También fueron atacadas este día muchas casas particulares y cerca de las diez de la mañana fue invadido el depósito principal de la fábrica de cerveza Quilmes, y se distribuyeron grandes cantidades de cerveza. A medida que iba creciendo la muchedumbre, volvía a descargar su ira sobre los mismos blancos escogidos la jornada anterior: el diario El día, los bares y confiterías céntricos fueron los objetivos favoritos, aunque también se asaltaron panaderías y otros negocios de zonas menos elegantes. La ausencia total de agentes de policía hizo que a mediodía la ciudad estuviera "a merced de las furiosas provocaciones de los manifestantes". Quedaron destrozados virtualmente todos los faroles, letreros eléctricos y carteleras en una amplia zona de la ciudad. En las primeras horas de la tarde, el Comite Intersindical procuraba recobrar algún grado de control sobre los acontecimientos. Los dirigentes del gremio de la carne de Berisso (sobre todo Cipriano Reyes) habían estado casi todo el día anterior en Buenos Aires, y a su regreso se anunció que a las cinco de la tarde habría una concentración en la plaza San Martin, en la que hablarían Reyes y otros dirigentes. Mientras recorrían las calles en automóvil, hicieron un llamamiento a los trabajadores para que depusieran sus piedras y garrotes, a fin de demostrar que quienes habían causado daños a la propiedad no eran auténticos trabajadores. En el mitin, tanto Reyes como el secretario de gobierno de la provincia, coronel Benito, apelaron a la calma de los manifestantes y los instaron a abstenerse de usar armas y a regresar a sus hogares. Esta apelación surtió algún efecto, pero de ningún modo puso fin a la perturbación del orden. Mientras se desarrollaba el mitin, ciertos grupos apedrearon las oficinas cercanas de La Prensa y La Nación. Al anochecer se lanzó también un ataque contra toda una manzana céntrica poblada de finos negocios y confiterías. A las 19,30 largas columnas de trabajadores emprendieron el regreso a Berisso y Ensenada, y volvió a verse policías montados patrullando las calles. Sin embargo, las escaramuzas continuaron hasta las 22,30, cuando centenares de huelguistas, con emblemas donde se leía la consigna "Esta noche quemaremos El Día", arrojaron piedras y bombas "molotov" contra el edificio del periódico. A medianoche, por primera vez en dos días consecutivos, había plena presencia policial en las calles y los manifestantes desaparecieron, muchos de ellos simplemente por agotamiento. Por otra parte, el retorno de los trabajadores de Berisso y Ensenada a su lugar de residencia y a su trabajo privó a la multitud de su núcleo más coherente.

Los destrozos provocados en esos dos días fueron considerables. El Día, que sólo el 20 de octubre pudo dar a la estampa su relato de lo sucedido, publicó una lista de las propiedades dañadas. En esa lista se enumeraban 167 incidentes principales, sin dejar de señalar que no se incluían numerosas depredaciones de menor cuantía. La mayor parte de los incidentes tuvieron lugar en la zona céntrica comprendida por las calles 7, 48, 49, 50, 51, 53 y la diagonal 80. En su gran mayoría habían consistido en la rotura de vidrieras, de carteles y letreros luminosos, y de otros objetos de vidrio

 III

 ¿Cómo debemos interpretar estos sucesos acaecidos en La Plata el 17 y el 18 de octubre, y que en diverso grado encontramos reproducidos en los otros grandes centros urbanos argentinos? Un repaso de las fuentes periódicas, incluso tan breve como el efectuado en la sección anterior, complica considerablemente la imagen que recibimos de esos días. La esencia de este mito fue sintetizada por Cipriano Reyes en su libro “Yo hice el 17 de octubre”. Fue, según Reyes, "una revolución popular y pacífica de Latinoamérica y del mundo, que levantó las banderas de la emancipación de los trabajadores y la liberación de la República"

 Como veremos, esta visión de un fenómeno básicamente armonioso y libre de conflictos no carecía de fundamento. No obstante, ¿fueron acaso esos sucesos, que hemos esbozado apenas para La Plata, meros "incidentes aislados", como Reyes continua diciendo en su libro? ,0 tal vez ¿ofrezcan un campo valido para la interpretación y ciertos indicios provisionales acerca de lo que puede haber sido la significación más profunda de tales acontecimientos? Recurrir a los testimonios orales para penetrar en la conciencia de los obreros que participaron en la experiencia no parece en un principio agregar mucho a nuestra comprensión de ese significado más profundo. Las entrevistas que realice con trabajadores de Berisso que habían intervenido en dichos sucesos me resultaron al comienzo desconcertantes. Pese a que describían las disputas sindicales de los años precedentes con gran lujo de detalles, sus recuerdos de los días de octubre estaban a menudo rodeados del aura inconfundible del discurso oficial. Me contaron con frecuencia que en esos días los trabajadores, junto con otros sectores del "pueblo", se movilizaron para defender sus legítimos reclamos de justicia social y para resguardar el patrimonio nacional, en un movimiento básicamente armónico y patriótico. Hasta el lenguaje que empleaban para relatarme esto era singular: pasaban de la vivida riqueza del dialecto de la clase obrera a las envaradas frases de una retórica formal, que parecían extraídas de alguna guía oficial sobre "Los grandes sucesos históricos del movimiento obrero argentino". La uniformidad y falta de realismo de gran parte de estos testimonios se complicaba por el hecho de que, en muchas oportunidades, me contaban los acontecimientos de octubre tal como aparentemente habían sucedido en Buenos Aires, ya que la versión peronista oficial fue construida en gran medida en torno de lo que pasó en Plaza de Mayo; sin embargo, mis entrevistados no habían participado en los sucesos de Buenos Aires sino en los de La Plata. Pronto me resultó claro que cualquier tentativa de avanzar más allí de esta versión oficial chocaría a menudo contra "silencios, supresiones, amnesias y tabúes". Y esto no tiene por qué sorprendemos.
Luisa Passerini, al comentar su trabajo sobre el recuerdo que tenia del fascismo la clase obrera de Turín, observó: “Las fuentes orales se niegan a responder a ciertas clases de preguntas; aunque parecen locuaces, a la larga demuestran ser reticentes y enigmáticas, y, como la Esfinge, nos obligan a reformular los problemas y a modificar nuestros hábitos de pensamiento corrientes. (...) En verdad, lo que recibían mis oídos eran respuestas ora incongruentes, ora irrelevantes. Y las "irrelevantes" se componían principalmente de dos especies: los silencios y los chistes”. En un sentido semejante se expresa Eclea Bosi en su trabajo sobre la rememoración y la memoria entre los ancianos de San Pablo, al subrayar la dimensión social de sus recuerdos y, en particular, el efecto que tienen sobre la rememoración de sucesos del pasado las convenciones construidas según patrones culturales e ideológicos.
Para Bosi, la memoria no es nunca, pues, una evocación pura y espontanea de los hechos o experiencias del pasado, tal como realmente sucedieron o como originalmente se los vivencio: implica un proceso permanente de elaboración y reelaboración de esos sucesos. Y esto es válido, sobre todo, con respecto a la rememoración de acontecimientos que tuvieron importancia pública y política, que siempre entrañan, según la aguda frase de Bosi, "una lectura social del pasado con los ojos del presente". Vista desde este ángulo, la renuencia de los obreros de Berisso a recordar muchos de los sucesos de los días 17 y 18 de octubre, o a concederles importancia, debe entenderse en función de la historia posterior y del carácter simbólico que más tarde adquirieron los días de octubre. 
El 17 de octubre se convirtió en el emblema del surgimiento de la clase obrera como fuerza auténtica y legítima dentro de la sociedad y la política argentinas. A esta significación se le añadió el hecho de que el Estado peronista adoptó este día como fecha decisiva del ritual público y de las conmemoraciones nacionales. Dentro de la retórica peronista formal, los sucesos de octubre alcanzaron singular primacía. En un sentido fundamental, el régimen atribuyó a esos sucesos sus orígenes y su legitimidad. En el discurso que pronunció Eva Perón desde los balcones de la Casa Rosada el 17 de octubre de 1949 ante la masa de trabajadores allí reunidos, recordó de esta manera el significado de los acontecimientos de cuatro años atrás: “Desde estos mismos balcones el líder asomaba como un sol, rescatado por el pueblo y para el pueblo, sin más armas que sus queridos descamisados de la patria, templados en el trabajo. Este es el origen puro de nuestro líder. Es necesario decirlo y destacarlo. No surgió de las combinaciones de un comité político. No es el producto del reparto de las prebendas. No supo, no sabe, ni sabrá nunca de la conquista de voluntades, sino por los caminos limpios de la justicia. Esta es la raíz y razón de ser del 17 de octubre, (que) nació en los surcos, en las fábricas y los talleres. Surge de lo más noble de la actividad nacional. Fue concebido por los trabajadores en el trabajo y su desarrollo contempla sus aspiraciones. (...) El 17 de octubre (...) es una aspiración, es un canto hecho ya realidad” 

El nacimiento de Perón como figura nacional estaba ligado, por lo tanto, a la intervención de los trabajadores, y en cierto sentido carecía de historia antes de esa fecha. Los obreros, que lo habían rescatado, fueron también quienes reafirmaron su concepción de la justicia social. Evita subrayaba además la pureza de esta acción. El 17 de octubre no estaba manchado por ningún vínculo con la política tradicional y con los intereses particulares. Dentro de este contexto, admitir algunos de los hechos violentos y turbulentos acaecidos en esa jornada habría empañado la legitimidad y la autenticidad del significado simbólico que llegaron a tener. Y esto era tanto más necesario cuanto que involucraba formas de conducta y de acción pública que poseían dudosa legitimidad incluso para quienes participaron en los acontecimientos. La institucionalización e integración del movimiento obrero en el Estado peronista llevó a muchos de los partícipes en los sucesos de octubre a posiciones de jerarquía y respetabilidad. En los años posteriores a 1955, la clase obrera, que debió librar una permanente batalla defensiva para reafirmar la validez de sus reclamos en materia de derechos ciudadanos y de plena justicia social, se vio impulsada a proteger la imagen inmaculada que guardaba de esa fecha germinal y decisiva. 
A esto debe sumarse, a mi juicio, el discurso oficial acentuadamente antiperonista, que veía en el 17 de octubre, y en el surgimiento mismo del peronismo en la clase obrera, el fruto de los elementos menos instruidos de esta clase, de los proletarios carentes de educación o de los "lumpen". Así, pues, los recuerdos de los obreros de Berisso se encuadraban en gran medida en un dialogo implícito con esta otra versión de la movilización de octubre. Su mayor preocupación consistía en dejar bien establecida la autenticidad de esos acontecimientos como una genuina acción de la clase obrera, con todo lo que ello implicaba de proceder responsable y de comportamiento decoroso. Pero si los silencios que se daban en estos testimonios son sintomáticos, también lo son las anécdotas que de vez en cuando se relataban, a menudo casi en broma, referidas a alguna otra persona y siempre después que el informante hubiera señalado la importancia y la dignidad formal de esos sucesos. Apelando a algunos de estos testimonios orales, así como a algunas fuentes escritas, podemos ahora tratar de indagar más a fondo cómo fue la movilización del 17 y el 18 de octubre.

IV

El recuerdo predominante sobre esos días entre los trabajadores de Berisso era quizá la atmósfera familiar y festiva imperante. Michelle Perrot comenta que "si las revoluciones son las grandes vacaciones que se toma la vida, las huelgas son las vacaciones del proletariado". Este fue por cierto un elemento determinante en la movilización de octubre: la liberación de la disciplina de la fábrica, el goce de carecer de una rutina rigurosa. Este aspecto fue claramente subrayado por un obrero de Berisso: “Fue un día maravilloso (...) familias enteras salieron a la calle. Mi hijita vino con nosotros; la lleve a babuchas gran parte del trayecto. (...) Se habían puesto en servicio algunos ómnibus para los que no podían hacer todo el camino a pie. La gente coreaba estribillos y cantaba, hacia bromas y juegos. La comida y las bebidas pasaban de mano en mano (...) El tiempo estaba esplendido y cuando llegamos al Paseo del Bosque era como un enorme picnic; había personas descansando, tiradas bajo los árboles, o jugando al futbol. (...) No, no hubo escenas de violencia, la gente estaba contenta”. Si este es el recuerdo predominante que viene enseguida a la memoria, ello se debe en parte a que fue robustecido y legitimado por la visión oficial que creó el Estado peronista sobre el 17 de octubre. En la cultura popular de la era peronista y en la propaganda del gobierno, los hechos de ese día encarnaron la armonía social e individual y la felicidad de la familia, en agudo contraste con la idea que se tiene de la otra fecha decisiva en el calendario de los trabajadores, el 10 de mayo, que pasó a ser el símbolo del pesar, la amargura y la derrota de la época preperonista. Pero si aquella imagen perduró, también fue porque estaba sólidamente fundada en los hechos históricos. Las crónicas periodísticas sobre lo que ocurrió en otros grandes centros urbanos confirman ampliamente en este aspecto las remembranzas de los obreros de Berisso. Leemos que en Avellaneda, en la mañana del 17, “...muchachones y mujeres, ante el inesperado asueto, formaron corrillos y comenzaron a desfilar por las calles cercanas. (...) Bien pronto se proveyeron de banderas de los distintos clubs que se esparcen en gran número en los barrios, y así, durante toda la mañana, el ambiente ciudadano adquirió un clima especial de bullicio”. También en la Capital privo el clima festivo: “La mayoría del público que desfiló en las más diversas columnas por las calles lo hacía en mangas de camisa. Viese a hombres vestidos de gauchos y a mujeres de paisanas, (...) muchachos que transformaron las avenidas y plazas en pistas de patinaje, y hombres y mujeres vestidos estrafalariamente, portando retratos de Perón, con flores y escarapelas prendidas en sus ropas, y afiches y carteles. Hombres a caballo y jóvenes en bicicleta, ostentando vestimentas chillonas, cantaban estribillos y prorrumpían en gritos”. En Rosario, el cronista de La Capital comentaba acerca de “los numerosos hombres, mujeres y niños exóticamente vestidos que bailaban por las calles". Esta atmósfera carnavalesca, en la que ponen el acento tanto los testimonios orales como los escritos, nos hace reparar en la novedad que esto constituía como forma de expresión de la clase obrera, y nos introduce en su posible significación más profunda. Si bien este espíritu festivo fue más tarde glorificado y legitimado, representaba un apartamiento radical respecto de los cánones de la época sobre el comportamiento público aceptable de los obreros. Esta transgresión de las normas tradicionales que regían las manifestaciones obreras, este quebrantamiento de los repertorios de conducta aceptados, fue resentido agudamente sobre todo por los comunistas, anarquistas y socialistas. No solo los incidentes violentos denunciados, sino el tono y el estilo mismo de las manifestaciones fue para ellos una afrenta. Esos proletarios no cantaban los himnos típicos de los mítines obreros, como los del 1° de mayo, no marchaban bien encolumnados ni obedecían las reglas tacitas de la decencia y la contención cívicas. En lugar de ello, entonaban canciones populares, bailaban en medio de la calle, silbaban y vociferaban, y eran a menudo dirigidos por hombres a caballo vestidos de gauchos. El acompañamiento musical constante de sus marchas era el insistente retumbar de enormes bombos. Además, cubrían a su paso todo lo que veían con leyendas inscriptas con tiza -hecho que, teniendo en cuenta las reiteradas oportunidades en que fue comentado por la prensa, aparentemente era otro notorio apartamiento de la tradición-. En suma, las multitudes del 17 de octubre carecían del tono de solemnidad y dignidad característico que impresionaba como la decorosa encarnación de la razón y de los principios. Los comunistas hicieron referencia a "los clanes con aspecto de murga" conducidos por elementos del "hampa", cuya expresión típica era la figura del "compadrito". La Vanguardia, órgano del Partido Socialista, señaló que ésos no podían ser auténticos obreros: “Los obreros, tal como siempre se ha definido a nuestros hombres de trabajo, aquellos que desde hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones gremiales y sus luchas contra el capital; los que sienten la dignidad de las funciones que cumplen y, a tono con ellas, en sus distintas ideologías, como ciudadanos trabajan por el mejoramiento de las condiciones sociales y políticas del país, no estaban allí. Esta es una verdad incuestionable y publica que no puede ser desmentida: si cesaron en su trabajo el día miércoles y jueves no fue por autodeterminación, sino por imposición de los núcleos anteriores, amparados y estimulados por la policía”. Según este periódico, era inconcebible que esa clase obrera diera el espectáculo de "una horda, de una mascarada, de una balumba, que a veces degeneraba en murga". Y terminaba preguntándose: "¿Qué obrero argentino actúa en una manifestación en demanda de sus derechos como lo haría en un desfile de carnaval?" Frente a esta pregunta retórica, la respuesta de las organizaciones obreras tradicionales era simple: no se trataba de genuinos trabajadores, sino más bien de elementos marginales, “lumpen". Gran parte de ese comportamiento festivo y carnavalesco tenía que ver con lo que podría denominarse una forma de "iconoclasia laica". Aplicado en este sentido, el término "iconoclasia", según los antropólogos, designa “la destrucción publica y deliberada de los símbolos sagrados con el propósito implícito de suprimir toda lealtad a la institución que utiliza tales símbolos y, además, de anular todo el respeto que se guardaba hacia la ideología difundida por dicha institución". Si observamos con cuidado las formas que asumió la acción pública en los sucesos de octubre (que La Vanguardia asimilaba a una variante del "candombe"), así como los objetivos de esa acción, veremos que entrañaban la frecuente violación de instituciones, símbolos y normas que cumplen la función de transmitir y legitimar la riqueza y el prestigio social. Es dable suponer que al transgredir esas instituciones, blasfemar contra esos símbolos y escarnecer las normas del decoro y la buena conducta, las multitudes de octubre estaban poniendo en evidencia la impotencia de dichas instituciones y negándoles autoridad y poder simbólico. No obstante, no todo fue pura celebración carnavalesca: también hubo allí un fuerte matiz de descarga de resentimiento de clase y de amargura. Los testigos presenciales recordaban esto, a veces con renuencia: “Me acuerdo que al dar vuelta una esquina -tiene que haber sido cerca del centro de La Plata, muy temprano en la mañana de ese día- vi a ese tipo corpachón parado en la acera frente a la vidriera destrozada de una joyería. Sostenía el arma en el aire, como quien saluda con el puño cerrado, y gesticulando con una enorme sonrisa señalaba el reloj que llevaba puesto en la muñeca, mientras les gritaba a sus compañeros: " ¡nunca en mi puta vida tuve un reloj!". Por la ropa que usaba supe que era de Berisso. Todavía estaba con ropa de trabajo”. Esta iconoclasia laica pudo expresarse también, de manera muy directa, en los ataques perpetrados contra los centros sociales y lugares de diversión de la elite. En La Plata, Córdoba y Buenos Aires, el Jockey Club fue uno de los blancos favoritos, así como determinados cafés y confiterías. En La Plata hubo atentados asimismo contra los centros sociales vinculados a los clubes deportivos de Estudiantes y de Gimnasia y Esgrima. Sin embargo, el saqueo y el atentado directo fueron las excepciones. La violencia descargada en muchos de estos episodios parece haber tenido un fuerte carácter ritualista. En lugar de infligirla en forma individual sobre las personas, su objetivo era la destrucción pública del prestigio y la inviolabilidad, una expresión pública humillante que permitiría violar la santidad y el privilegio inherentes a tales instituciones. Y con frecuencia esa iconoclasia laica se manifestó en forma relativamente triviales; en gran parte estuvo ligada a la burla y el ridículo. La columna central de manifestantes de Rosario estaba encabezada por un burro sobre el cual se había fijado un letrero con una leyenda "ofensiva para los profesores universitarios y cierto vespertino". Muchos de los integrantes de dicha columna "bailaban en torno de una efigie de Perón al par que proferían canticos burlescos contra la prensa, las universidades y la democracia”. En La Plata, en el curso de los disturbios del día 18, un grupo de manifestantes entraron en una empresa de pompas fúnebres y exigieron que se les diera un ataúd, con el cual desfilaron luego por la zona elegante de la ciudad coreando consignas "hostiles contra los estudiantes y los periódicos". Esto parece guardar cierta correspondencia con la idea de "contra-teatro" (counter-theater), de E. P. Thompson, que consiste esencialmente en “la burla o afrenta de los símbolos de la autoridad". Formaba parte evidente de ello el desprecio de los códigos de la indumentaria, manifestado en la ostentación de vestimentas extravagantes o simplemente en el uso de la ropa de trabajo (las "alpargatas" y las "bombachas" de los hombres de campo) en un medio que no era ni el lugar de trabajo ni el barrio. En La Plata, la muchedumbre descargó expresamente su ira contra los hijos de la "gente bien", a quienes identificaban en especial por su manera de vestir y de peinarse (los "jóvenes engominados"). En Buenos Aires, La Vanguardia consignó que se lanzaron insultos y burlas contra muchos individuos por el solo hecho de llevar los zapatos bien lustrados y usar camisa limpia. Particularmente ultrajante fue el pintarrajeo de un buen número de monumentos de los próceres nacionales, cubiertos con leyendas en favor de Perón. En una tónica semejante recordaban los obreros de Berisso ciertos hechos que atribuían a "los pibes" o a "algunos de los muchachos que habían perdido los estribos": “Bueno, si... Recuerdo haber visto a un grupo de muchachos que se pararon frente a un edificio de departamentos de la zona céntrica, cerca de la universidad, creo, y después de entonar algunos cantos empezaron a hacer gestos... usted sabe... se llevaban las manos abajo y hacían movimientos exagerados... o poniéndose la mano en la boca como un bocina hacían como si estuvieran tirándose pedos”. Otros recordaban que ciertos "muchachos" amenazaban con bajarse los pantalones en presencia de damas respetables de la sociedad. Estos testimonios eran a menudo acompañados de risas indulgentes, en apariencia destinadas a despojarlos de su verdadera significación. Volvemos a remitirnos aquí al análisis que hace Thompson del cuestionamiento de la autoridad simbólica, que "en ocasiones no tiene otro objetivo que desafiar la seguridad hegemónica, despojar al poder de su mistificación simbólica o incluso meramente vilipendiarlo" Sin embargo, esto no agota la cuestión. Si se aprecia cuáles fueron los blancos principales escogidos por los manifestantes, se podrá averiguar algo más acerca de la naturaleza de esta iconoclasia laica. Los blancos elegidos para el ataque directo, la mofa o el ridículo no fueron casuales. No hubo casi ningún atentado contra las fábricas, a pesar de que la movilización fue programada por los sindicatos. En las inmediaciones de las principales plantas de Avellaneda, Berisso y la Capital se congregaron grandes multitudes, pero una vez que lograban que los establecimientos fueran cerrados y sus trabajadores se les incorporaran, seguían su camino. Tampoco se atentó contra los edificios de los organismos de gobierno ni de la policía. Más aun, como hemos visto en el caso de La Plata, los edificios públicos (en especial los pertenecientes a la Secretaria de Trabajo) fueron considerados los lugares mis adecuados para realizar cerca de ellos la concentraci6n final. Como la policía estuvo virtualmente ausente de las calles durante los dos días, los choques con las fuerzas de la ley fueron raros. De hecho, en Avellaneda el mitin principal del día 18 se efectuó frente a la comisaria de la primera circunscripción policial, desde cuyo balcón los oradores se dirigieron a la multitud. Los blancos fundamentales fueron más bien las universidades, los estudiantes y los órganos de prensa. En La Plata, desde las primeras horas del día 17 grupos de trabajadores tuvieron enfrentamientos con aquellos a quienes identificaban como estudiantes. Las pensiones estudiantiles fueron asaltadas, ocasionando daños en su interior y golpeando a sus moradores. La marcha de la tarde cruzó deliberadamente la zona de la universidad, entonando slogans como "iAlpargatas sí, libros no!" y "¡Menos cultura y más trabajo!". El encono hacia la universidad culminó en el saqueo de la residencia del rector. Incidentes similares se repitieron en los restantes centros universitarios importantes. En Córdoba y Rosario fueron asimismo violentadas las viviendas privadas de los rectores y se reprodujo la pauta de agravios y de hostilidad contra los estudiantes y los establecimientos de enseñanza superior. Ya hemos hecho la crónica de los ataques dirigidos por los manifestantes a los órganos de prensa de La Plata. El día 17, poco después del alba, uno de los primeros actos de los obreros de Berisso consistió en quemar ritualmente todos los ejemplares de los diarios platenses a cuyos camiones de reparto habían permitido ingresar a la ciudad. Es llamativo que no se contentaran con impedir su distribución, lo cual les habría resultado fácil con sólo obstaculizar la entrada de los camiones; en lugar de ello, los quemaron de una manera casi ceremonial, en una publica demostración de rechazo a su status y su poder. En la misma dirección apunta su insistente regreso a las oficinas de El Día en el curso de esa jornada, así como en la noche del 18. En Buenos Aires, el suceso más violento fue el ataque lanzado contras las oficinas del diario Critica cuando la multitud abandonó Plaza de Mayo después de escuchar a Per6n. En Córdoba, el principal diario de la provincia, La Voz del Interior, fue agredido con piedras y bombas "molotov", y también se cometieron agresiones contra otros periódicos locales más pequeños. En Lomas de Zamora se escogió al periódico local La Unión como blanco de los ataques. Claramente, si la multitud properonista dirigía su ira a la prensa y a la universidad era en parte porque reconocía su importancia como enemigos políticos. La prensa argentina se mostró, en general, francamente hostil a Perón y a las medidas adoptadas por el, y como los partidos políticos no estaban en funcionamiento desde 1943, las universidades eran el eje de la oposición al gobierno militar y a Perón en especial. Durante los días de octubre, en ausencia de una participación directa de las fuerzas militares y de policía del Estado, y de un conflicto directo entre el capital y el trabajo, la contienda por la dominación simbólica y el poder cultural dentro de la sociedad civil se manifestó con singular transparencia. La clase obrera, excluida por mucho tiempo de 'la esfera pública" en la que se generaban dichas formas de poder y de dominación, dirigió sus ataques precisamente a dos de las entidades que con mayor nitidez determinaban las ideas vigentes sobre la legitimidad social y cultural -lo que Pierre Bourdieu ha definido como "el capital cultural y simbólico". Al obrar así, procuraba reafirmar su propio poder simbólico y la legitimidad de sus reclamos de representatividad, así como el reconocimiento de la importancia social de la experiencia, los valores y la organización de la clase obrera dentro de la esfera pública. En este contexto deben situarse gran parte de las manifestaciones anticulturales y antiuniversitarias de esos días. Más que reflejar un filisteísmo plebeyo, eran la reafirmación por la clase obrera de que, pese a estar excluida del sistema elitista de educación -que, como ella bien sabia, brindaba bienes mucho más preciados que los simples conocimientos y habilidades-, su experiencia tenía un valor y un mérito cultural propios. Mientras los obreros marchaban frente a la Universidad de La Plata, desde los altoparlantes de un automóvil que los acompañaba se los exhortaba a mostrar que "los obreros no necesitan ir a la universidad para tener educación, y debían demostrar que la tenían". La Plata, con su singular concentración de muchas de las instituciones claves de la cultura legítima (museos, bibliotecas, teatros, establecimientos universitarios), recordaba en forma particularmente intensa a los obreros la desigual distribución del poder cultural. ¿Quiénes eran estos obreros que salieron a la calle en esos días de octubre y adoptaron las formas de proceder que hemos estado analizando? Es imposible hacer aquí una sociología minuciosa de los sucesos multitudinarios de octubre, pero parece claro que no les cuadra a estos acontecimientos una división simplista entre una nueva clase obrera migrante y la clase obrera "europeista" tradicional. Si hubiera existido tal división, previsiblemente en Berisso se habría puesto en evidencia mejor que en ninguna otra comunidad obrera argentina. Su fuerza de trabajo original estuvo compuesta por inmigrantes europeos establecidos en las décadas de 1910 y 1920. En las dos décadas siguientes se les incorporaron nuevos migrantes que provenían de las provincias del interior del país. No obstante, nada prueba que estos últimos apoyasen a Perón y constituyesen la fuerza impulsora de la movilización de octubre, ni tampoco que los primeros adoptaran una actitud opositora, apoyando a los partidos tradicionales de la clase obrera. Esta diferenciación no parece haber tenido mucho significado para los obreros de Berisso en la década del cuarenta. Si alguna diferenciación hubo, posiblemente estuvo ligada a las diversas experiencias de vida de la clase obrera en la década precedente, más que a sus distintos orígenes étnicos y culturales. Sobre todo, la distinci6n parece haber sido generacional. La juventud de los participantes en los hechos del 17 y el 18 de octubre fue una característica destacada por casi todos los comentaristas. La prensa sefialó con frecuencia que la mayoría de los manifestantes de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y La Plata tenían menos de 25 años. Una crónica típica describía una columna de unas diez mil personas que avanzaban hacia el Ministerio de Guerra, en la Capital Federal, diciendo que "en su enorme mayoría eran jóvenes de menos de veinte años". A juzgar por las listas de los sujetos atendidos a raíz de lesiones, se diría que quienes intervinieron en los hechos más violentos eran más jóvenes aun, con una edad promedio de 19 años. Los testimonios orales también parecían asociar la movilización de octubre con la juventud; permanentemente se empleaban las palabras "pibes" y "muchachos" para referirse a los participantes. Cipriano Reyes vinculaba este problema generacional al hecho de que a comienzos de los años cuarenta, y después de más de una década de inercia, había surgido en las plantas de Swift y Armour un sindicalismo combativo: “Muchos de nosotros éramos muchachos que habíamos entrado a las plantas en los primeros años de la guerra. Teníamos una actitud diferente que los trabajadores más viejos. Supongo que podría decirse que éramos más presumidos, menos aprensivos, menos respetuosos. Conocíamos las terribles luchas de las primera época solo por lo que nos habían contado los viejos militantes, no las habíamos experimentado en carne y hueso. Por supuesto, hubo militantes mayores que se sumaron a nosotros, y aprendimos de ellos; pero decididamente sentíamos que formábamos una "nueva ola". Y eso se vio el 17 de octubre; los que tomaron la iniciativa y quisieron realmente hacer algo por Perón fueron los obreros más jóvenes”. El editorialista de La Capital de Rosario alertaba a sus contemporáneos acerca de la importancia de este factor: “Es un peligro que los grupos de manifestantes más audaces, los más agresivos, los que llegan a negar la necesidad de propender a la cultura social por intermedio de la universidad, el libro y la prensa, los constituyan jovencitos de 15 a 18 años o jóvenes que no alcanzan los 28. Urge entonces que los dirigentes de los partidos políticos vuelvan sus ojos y concentren su atención en esa masa ciudadana que actualmente desconocen, que no figura en los ya viejos y anticuados registros partidarios; y que los comités que se reabran en breve se conviertan en centros de cultura, de readaptación de esa juventud inexperta, indócil y desorientada que puede ser la causa de un tremendo disgusto en un futuro próximo”.

V

Estrechamente ligada a la contienda por el acceso a la esfera pública y el reconocimiento dentro de ella, había otra contienda implícita en torno de lo que podríamos denominar jerarquía espacial y propiedades territoriales. Una metáfora que recorre permanentemente las crónicas de la prensa burguesa y obrera sobre los días de octubre es la de la ciudad y la periferia. La ciudad, definida como el conjunto de antiguos y arraigados centros residenciales y administrativos donde residía el poder político (y donde, por extensión, tenían lugar las actividades relevantes en el plano social y cultural), era el territorio respetado. Mas allá se extendía la periferia, los suburbios, la no ciudad, lo desconocido -mis aún, lo que no valía la pena conocer-. Y todos destacaban que las muchedumbres que marcharon sobre la ciudad procedían de la periferia. Una y otra vez, al narrar los sucesos de Buenos Aires, los reporteros hacían hincapié en que los manifestantes venían de zonas suburbanas: Avellaneda, Lomas de Zamora, Gerli, Lanús, Banfield, Remedios de Escalada, Valentín Alsina, Pineyro, Quilmes, Bernal. Esos nombres eran repetidos como parte de una letanía, cual si se quisiera subrayar su ajenidad y diferenciarlos de la auténtica ciudad. En La Plata el contraste era más pronunciado todavía. La ciudad en si era casi exclusivamente un centro administrativo, educativo y cultural: un modelo de planeamiento urbano, con calles amplias, pequeñas casas con jardines, espacios abiertos, monumentos y edificios públicos bien planificados. Berisso y Ensenada no podrían haber presentado mayor contraste. Aunque técnicamente formaban parte de la ciudad de La Plata, desde el punto de vista social y cultural integraban un mundo distinto. Berisso estaba separada de La Plata por unos nueve kilómetros de campo abierto. Dominada por los dos enormes frigoríficos cuyo hedor se esparcía por todo el poblado, muchas de sus casas eran de chapa corrugada, de colores brillantes, y daban albergue a más de una familia. Desde luego, la diferencia no era meramente geográfica. Los habitantes de La Plata y de Berisso Vivian en universos sociales distintos, y esta diferencia se reflejaba en su separación espacial y era a la vez reforzada por esta. La ciudad propiamente dicha, en especial su zona céntrica, era el territorio de quienes contaban con algún status político, social y cultural. También en este aspecto los acontecimientos de octubre violaron las convenciones vigentes: los suburbios invadieron el centro. Esa violación no era un asunto trivial. En los preparativos para los festejos del Centenario, en 1910, tuvo lugar un incidente pequeño pero elocuente. En el centro mismo de Buenos Aires, en la esquina de Florida y C6rdoba (en pleno, Barrio Norte, a pocas cuadras de las mansiones de la plaza San Martin y la avenida Alvear y de los principales edificios ministeriales), se levantó en un terreno baldío una suerte de teatro popular de variedades para entretener al populacho que venía desde los suburbios y otros lugares mis distantes para asistir a las celebraciones; se lo llamó el "Circo Florida". En las peyorativas palabras del diario La Prensa, era "una construcci6n más apropiada para una aldea del campo o un barrio de los suburbios, que para el coraz6n de una zona aristocrática de una gran capital como Buenos Aires". El 5 de mayo de 1910, estudiantes de la Universidad de Buenos Aires prendieron fuego a esa construcci6n, de la que no quedaron ni vestigios, siendo ruidosamente aclamados por La Prensa y por la "gente bien" de Buenos Aires por haber preservado la dignidad del centro de la ciudad y su carácter de reserva culta y aristocrática.
A todas luces, en los veinticinco años siguientes se volvió cada vez mis difícil mantener esas normas tan rígidas de jerarquía espacial y propiedad territorial. Sin duda, en ese periodo las cosas cambiaron. No obstante, un tono muy parecido de desdén y furor contra quienes habían violado el sagrado espacio de la ciudad (La Vanguardia llamó "estas calles clásicas" a las de Buenos Aires) puede apreciarse aun en esta despectiva queja del diario Crítica: “Las muchedumbres agraviaron el buen gusto y la estética de la ciudad, afeada por su presencia en nuestras calles. El pueblo las observaba pasar, un poco sorprendido al principio, pero luego con glacial indiferencia”. Seria difícil concebir una expresi6n sintética más precisa del choque producido durante los días de octubre en los códigos de conducta y las nociones de decoro. La ciudad había adquirido una personalidad cuyo sentido estético, aparentemente, podía ser agraviado. Además, los que podían habitar legítimamente el espacio de la ciudad se limitaba con nitidez a los miembros de la clase media porteña que leía Critica; de ahí la referencia a "nuestras" calles: , ¿eran acaso las calles de todos los ciudadanos argentinos? Este sentimiento de exclusividad social expresado en las ideas acerca de la ciudad, la división entre el "nosotros" y el "ellos" implícita en la afirmaci6n de la legitimidad de la jerarquía territorial, era reforzada al identificar como "el pueblo" a los que tenían el derecho legítimo de habitar el espacio de la ciudad. El corolario parece ser la presunci6n de que los intrusos, aquellos que afean con su presencia las calles de la ciudad, son el "no pueblo", los que no merecen gozar de la condición de ciudadanos. Fue para acabar con esa "glacial indiferencia" de la ciudad, y todo lo que esa indiferencia y ese desdén simbolizaban, que la multitud se lanz6 a las calles el 17 y el 18 de octubre de 1945.

VI

Este ensayo no ha pretendido formular una crítica del análisis estructuralista del peronismo en nombre de un enfoque "culturalista" alternativo. Resulta claro que, en un sentido fundamental, el 17 y el 18 de octubre reflejaron la gran capacidad de los trabajadores argentinos para movilizarse en defensa de sus intereses de clase, tal como ellos los percibían. Las acciones emprendidas por los obreros de Berisso, verbigracia, no pueden examinarse fuera del contexto del creciente sentido de organización y conciencia que habían forjado en sus luchas de los dos años anteriores contra sus patrones de los frigoríficos. Esa experiencia de organización sindical y la confianza que les dio en sí mismos formó parte esencial de lo que los lanzó a la calle en octubre. Además, en un sentido global, desde el punto de vista de los trabajadores el peronismo era básicamente una respuesta a la penuria económica y a la explotaci6n de clase. Puede considerarse que el apoyo obrero a Perón fue la lógica participaci6n de los trabajadores en un proyecto reformista conducido por el Estado que les prometía beneficios materiales concretos. Esta adhesi6n trasuntaba, evidentemente, un racionalismo social y económico básico, y un pragmatismo de clase. En este artículo mi propósito no ha sido negar esto, sino más bien sugerir los límites del instrumentalismo reduccionista como paradigma explicativo. El reduccionismo lleva a resultados particularmente infortunados en el estudio de los movimientos de protesta social y los comportamientos multitudinarios, y esto es notorio en el caso de los acontecimientos de octubre. Si bien ellos pusieron en evidencia que la clase obrera tenia conciencia de la necesidad de defender sus intereses económicos y sociales, expresaron también un cuestionamiento social más difuso a las formas aceptadas de jerarquía social y a los símbolos de autoridad. Los estudiosos dedicaron mayormente su atención al objeto político primordial de las manifestaciones (la figura personal de Perón y su liberación del confinamiento que le había sido impuesto) y al papel que desempeñó la organizaci6n sindical formal en el éxito de la movilizaci6n. No obstante, he procurado mostrar que la propia movilización y las formas que adoptó señalan una significación social más amplia, que nos encamina hacia una comprensión más sutil del sentido que tuvo el peronismo para la clase obrera. El peronismo fue un fenómeno complejo y sumamente ambiguo, y en ningún otro aspecto lo fue más que en lo concerniente al rol que tuvo en la clase obrera. Los mismos sucesos de octubre nos advierten que no pueden extraerse conclusiones demasiado simplistas. Por un lado está la sublevación carnavalesca, el quebrantamiento de las normas vigentes, lo que hemos llamado la "iconoclasia laica"; por el otro, la franca confraternidad con las fuerzas de la ley y el orden, la subordinaci6n de las acciones de la clase obrera a las autoridades del Estado. Además, mediante estos acontecimientos la clase obrera rindió homenaje, en definitiva, a una figura militar autoritaria. En lugar de tratar de resolver esta ambivalencia fundamental, propia de la esencia del peronismo, en favor de uno u otro de los términos opuestos que la componen, parecería más productivo aceptarla y sondear su significado más profundo. Con ese espíritu ha sido escrito el presente ensayo. Los sucesos de octubre representaron el levantamiento, durante un breve lapso, del velo que oculta generalmente la esencia de las relaciones sociales y culturales. En ese extraño interludio provocado por la singular coyuntura de octubre de 1945, tales relaciones, y la lucha que ellas implicaban, quedaron expuestas con mayor transparencia. El estudio de estos acontecimientos puede llevarnos a comprender una dimensión del peronismo que fue, en última instancia, más perdurable y más heroica que los aumentos de salarios o las colonias de vacaciones sindicales.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario