EL PROGRAMA "YO SI PUEDO" LLEGA AL SANTA LUCIA

EL PROGRAMA "YO SI PUEDO" LLEGA AL SANTA LUCIA
Casa por casa. Así se proponen desde el Programa de Alfabetización Yo, sí puedo ir por el barrio Santa Lucía. Primero relevando a quienes no saben ni leer ni escribir, luego acercándoles la oportunidad de acceder a este derecho. La iniciativa es impulsada por la Multisectorial de Solidaridad con Cuba, la Biblioteca Popular Juanito Laguna y la Secretaría de Integración y Desarrollo Sociocomunitario de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). "La intención es declarar al barrio Santa Lucía libre de analfabetismo", expresa el coordinador de la Multisectorial, Guillermo Cabruja. Para definir los pasos a seguir, voluntarias y voluntarios que se sumaron a la propuesta se reunieron en la sede de Humanidades y Artes. También estaban otras coordinadoras de la iniciativa: María Luz Silva y Luna Navarro, por la UNR, y Noris Piclú de la biblioteca barrial. La etapa de trabajo contempla un relevamiento inicial previsto para el mes próximo; luego, comenzar con la tarea de alfabetización. En este caso valiéndose de los materiales y capacitación que provee el programa de origen cubano. A diferencia de otras experiencias que este plan ha desarrollado en otros contextos, esta vez buscan sumar a las familias y vecinos en la tarea, como otros facilitadores. La intención es multiplicar las oportunidades de acercarse a la lectura y a la escritura, hacer encuentros más regulares y poder llegar así a fin de año con los jóvenes y adultos alfabetizados. El plan se proyecta hacia mayores de 14 años que no han concurrido nunca a la escuela o bien lo hicieron hasta los primeros grados y necesitan recuperar una práctica social como son la escritura y la lectura. Otro dato relevante es que una vez que hayan aprobado el paso por el Yo, sí puedo, se busca que sigan cursando en el Centro de Alfabetización Básica de Educación de Adultos (Caeba) que funciona en el barrio. Un paso más para aprobar formalmente la escuela primaria. Más información al correo: yosipuedoseidesoc@gmail.co

viernes, 14 de septiembre de 2018

ARTURO JAURETCHE / LA COLONIZACION PEDAGOGICA


Así como en "El medio pelo en la sociedad argentina" (apuntes para una sociología nacional)  he querido contribuir a la visión del país desde el ángulo social, lo intentaré en dos libros sucesivos a este, desde los ángulos respectivos de la geopolítica y la política internacional, en uno, y de la economía en otro. Ahora me propongo hacerlo desde la cultura.

Pero debo limitar el alcance de la expresión "cultura" pues mi propósito es pragmático, con lo que evitaré irme por la tangente, de nuestra realidad inmediata hacia elucubraciones de valor universal, pretexto frecuente de los ensayistas y profesores para considerar los problemas argentinos de un modo estratosférico y al margen del compromiso con las urgencias nacionales.
Señalaré por qué es "intelligentzia", y no inteligencia la constituida por gran parte de los nativos que a sí mismos se califican como intelectuales, y cómo han conformado su mentalidad, cómo se comportan, y sobre todo cómo está constituido el aparato "cultural" que la dirige y difunde para evitar la creación de un pensamiento propio de los argentinos.
La amplia expresión superestructura cultural, que supondría una análisis de la cultura, con mayúscula, se reduce así a la determinación de los modos y el instrumental que opera en la formación de la "intelligentzia". Además, considero un bizantinismo confrontarla con una cultura propia, mientras en el hecho no sean removidos los factores que determinan aquélla como expresión colonialista. La inteligencia, ya liberada de esos factores que la deforman en "intelligentzia", es la que tiene que cumplir, y lo está haciendo fragmentariamente, la tarea de definir, por su desarrollo natural, su carácter como cultura nacional.
Definirlo a priori sería incurrir en el mismo error que señalamos. Y en esto, más liberal que los liberales, confío en los hechos que son los que la generarán una vez removidos los obstáculos que se oponen a su espontánea manifestación y recordando que ya es nuestro lo que fue ajeno, en la medida que ya está incorporado a nuestra naturaleza. (Sarmiento es tan nuestro como Hernández, como factor determinante hoy, pero lo que no es nuestro es el sarmientismo en cuanto :impide que lo otro cumpla su labor naturalmente y que la realidad sea la creadora y no un instrumental superpuesto destinado a deformarla)
La "intelligentzia" es el fruto de una colonización pedagógica y esto es muy distinto a la espontanea incorporación de valores universales a una cultura nacional, y recíprocamente como pretenden los asépticos expertos en el tema, que prescinden del análisis de las condiciones objetivas.
Esto de la colonización pedagógica me parece que está centrado en sus verdaderos términos en el libro de Jorge Abelardo Ramos. "Crisis y resurrección de la literatura argentina" (Ed. Indoamérica, 1954), que dice:  
 "En las naciones coloniales, despojadas del poder político director y sometidas a las  fuerzas de ocupación extranjeras los problemas de la penetración cultural pueden   revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal. "En la medida que la colonización pedagógica -según la feliz expresión de Spranger, un imperialista  alemán- no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semi-colonias, que gozan de un status Político   independiente decorado por la ficción jurídica, aquella "colonización pedagógica" se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido  que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material. De este hecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstanciado de la cultura argentina o pseudo-argentina, forjada por un signo de dictadura espiritual oligárquica…" "La cuestión está planteada en los hechos mismos, en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico,de la crítica histórica, del cuento y del ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expansión es tan general que rechaza la idea de una tendencia efímera". Es en este sentido que legítimamente puede hablarse de una  verdadera devastación espiritual de las nuevas generaciones intelectuales".
 (Recordemos que esto está publicado en 1954 y no corresponde ya a este momento en lo que se refiere a las nuevas generaciones, como se verá más adelante.) "La juventud universitaria, en particular, ha asimilado los peores  rasgos de una cultura antinacional por excelencia. Bajo estas condiciones históricas se formó nuestra élite intelectual". Agrega que la función de una cultura así es ser fideicomisaria de valores transmitidos por sus mandantes europeos.
NECESIDAD DE UN PENSAMIENTO AGRESIVO

De aquí que la crítica a una "cultura" establecida sobre dichas bases, consiste en el primer paso para restituir los valores sumergidos de la cultura colonizada, preexistente o con posibilidades de nacer. La palabra cultura pierde su acepción aséptica para transformarse en una política cultural opuesta a la política cultural que se nos presenta como "cultura". Es una beligerancia imprescindible para obtener la síntesis como resultado frente a la pretensión de seguirnos imponiendo una cultura marginada de toda elaboración propia.
Así, en la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la "cultura" ordenada por la dependencia colonial. Implica, por lo pronto, una revisión respecto del pasado nacida de la búsqueda de las propias raíces que obliga a restaurar el prestigio de quienes fueron sumergidos por no ingresar a las jerarquías oficializadas; el impulso que destruye los falsos héroes consagra paralelamente a otros que responden a las exigencias de una verdadera cultura nacional. Es una especie de Renacimiento, de fe en la genialidad de lo nacional que vertebra la violencia crítica a la "intelligentzia" colonizada, que sólo tiene un valor sucedáneo, carente de originalidad como simple repetición de ajenos repertorios. El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creado a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual, enriquece la cultura aun en su aséptico significado al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales.
Sólo por la victoria en esta contienda evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano. Tomar como absolutos esos valores relativos es un defecto que está en la génesis de nuestra "intelligentzia" y de ahí su colonialismo.

GENESIS DE LA "INTELLIGENTZIA"

Desde el principio nuestra "intelligentzia" identificó con cultura los ~valores universales" consagrados por los centros del poder, con exclusión de toda otra cultura.
Las naciones que se separaban de la colonia española tenían su propia cultura, dentro de una de más amplia órbita, producto de una lenta elaboración de elementos indígenas con los proporcionados por la conquista española y católica. En algunos casos, cuando las sociedades indígenas preexistentes ya habían salido del estado salvaje y constituían por sí culturas, esta simbiosis estaba lejos de haberse realizado, y había más bien una superposición de culturas, como entre los aztecas y el incaico. En otro la fusión se había realizado dando una muy particular configuración cultural, como en el caso de los pueblos guaraníes del Paraguay con el aporte de los elementos hispánicos y jesuíticos, de tan fuerte individualidad que ha sobrevivido sin alterarse con la implacable destrucción de que fue objeto con la guerra "civilizadora" de la Triple Alianza.
El contacto de la cultura preexistente con la Europa triunfante del siglo XIX, que debía generar a su vez una nueva elaboración por la asimilación de nuevos valores a los elementos culturales propios, no fue visto así por la "intelligentzia" que desde el principio definió sus características, deslumbrada por la civilización europea cuyo espectáculo se presentaba ante los ojos azorados de los intelectuales. (Se llama intelectual, no al que ejercita la inteligencia, sino al que es ilustrado en cosas nuevas.)
Para este "intelectual" lo preexistente, la cultura que tenía en la raíz, fue incultura en cuanto no coincidía con lo nuevo. Ocurrió aquí lo inverso que entre los griegos, para los cuales lo bárbaro era lo exótico a la Hélade, y lo culto lo propio.

LA FORMULA CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

Esta es la raíz del dilema sarmientino de "civilización o barbarie" que sigue rigiendo a la "intelligentzia". Se confundió civilización con cultura, como en la escuela se sigue confundiendo instrucción con educación. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América.
El gran desarrollo técnico del siglo XIX facilitó el error Aprender la técnica y practicarla era civilizarse y civilizarse, culturalizarse, considerando los tres términos como inseparables, lo que es incierto, como lo demostró Japón, que hizo suya ]a técnica de la civilización europea asimilándola a sus formas culturales. (También el Paraguay de los López lo intentó, y se lo "civilizó" a la fuerza para impedirlo.)
Así la "intelligentzia" facilitó el proceso de la estructuración de los nuevos países como países dependientes, derogando todos los valores autóctonos que podían· servir para el proceso de filtro y asimilación; mucho menos admitió la posibilidad de una creación original, nacida de esa convivencia y de una recíproca penetración: Así el proceso de europeización que se practicó desde 1853 en adelante no consistió en la incorporación a la cultura preexistente de los valores europeos -universales si se quiere-, sino en la derogación lisa y llana de aquélla, lo que fue facilitado por esa identificación del concepto civilización con el concepto cultura, muy propio del siglo XIX.
La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural, o mejor dicho, el entenderlo como hecho anti-cultural, ayudó a que lo preexistente fuera privado de todos los medios de expresión. No bastó con la masiva sustitución de la población nativa por el torrente inmigratorio que se volcó sobre el litoral, ni con la distorsión económica que impuso esa civilización para hacernos una prolongación abastecedora del modelo que se proponía imitar. La inteligencia se hizo "intellígentzia" y dando por resuelto que la cultura era exclusivamente lo importado se convirtió en uno de los más eficaces instrumentos para extirpar de raíz los elementos locales de cultura preexistentes. Sólo la tradición oral y los hábitos cuya perdurabilidad es lentamente afectada por el cambio de condiciones parecieron subsistir como factores yacentes de la cultura derogada y con preferencia en aquellos lugares no útiles a los fines concretos perseguidos por la civilización, en remotos rincones de provincias.
En el terreno de la cultura la "intelligentzia" se impuso masivamente después de Caseros. A medida que la incorporación de la Argentina al mercado mundial iba creando intereses vinculados con ella y la política del imperio dominante profundizaba su penetración económica, esta disposición de la "intelligentzia" se acentuaba con e! desplazamiento hacia el litoral de la riqueza y la postergación de los núcleos interiores de población, donde la configuración económica y social de la colonia española había enraizado con más profundidad la cultura preexistente. El litoral. más despoblado y menos importante en la economía de autosatisfacción anterior a la libertad de comercio, disponía de menos elementos autóctonos para compensar, asimilando la influencia postiza que venía de afuera; prácticamente fue hijo de las nuevas condiciones que lo favorecían en su desarrollo material v sobre este hecho cabalgó la "íntelligentzia" que pareció encontrar durante largos años la confirmación de su misión civilizadora, porque la nueva sociedad que lo componía en hombres y técnicas era en su mayor parte hija del planteamiento civilizador logrado.

LA "INTELLIGENTZIA"

Pero pronto la conformación de la "intelligentzia", en cierto modo espontánea, como se ha explicado con la alucinación de los intelectuales, se constituyó un sistema, en la misma relación en que se consolidaban y agrandaban los instrumentos materiales de la influencia exterior que constituían factores de poder mucho más poderosos que el mismo Estado o que la posible conjunción de intereses nacionales. Así, el error de la "intelligentzia" revertió sobre ella misma, y ya no pudo salir de él, porque todo el aparato a través del cual podía expresarse y a través del cual se elaboraba el "intelectual", se fue conformando a la política dominante cuya proyección se dirigía a estabilizar el país en las condiciones más óptimas para su aprovechamiento que, desde luego, no podía trascender los fines para los cuales fue "civilizado". De tal manera la "intelligentzia" quedó prisionera de lo que había promovido. y se tuvo que conformar definitivamente como instrumento colonial. Aquello mismo que había promovido para "civilizar" se apoderó de ella completando el círculo de su dominio, y la hizo su instrumento. Así, los que habían sido apóstoles de un error doctrinario se vieron convertidos en simples instrumentos divulgadores, cumpliendo en el campo de la cultura la función que el poder material cumplía en el campo de los intereses materiales. De apóstoles devinieron, en su prolongación histórica, vendedores de comercio: una mezcla de viajantes y visitadores médicos.

LA DERROTA DE LA "INTELLIGENTZIA"

Ya carece de objetivo el debate con la "intelligentzia" en el terreno de las ideas, donde ni siquiera el intelectual es el "ilustrado en cosas nuevas", como se dijo antes. Esta no es más que una simple repetidora de envejecidas o exóticas afirmaciones dogmáticas, cuyo poder de convicción reside exclusivamente en el de la propaganda. Es simplemente un instrumento de la misma sin otra fuerza que la que surge de su utilización por el aparato de difusión. No hay problema intelectual. Es una cuestión de hecho porque el conflicto no es el de las ideas, ampliamente superado, sino el de la imposibilidad en que se encuentra la "intelligentzia" de actualizar su ideario de importación en presencia de un país que lo rebalsa y que ha adquirido un potencial propio que tiene que traducirse en una versión también propia de lo cultural. La "intelligentzia" ve en la actual crisis una crisis de decadencia cuando la crisis es en verdad una crisis de crecimiento y aquélla carece de todo pensamiento que no sea el generado por el siglo XIX en las metrópolis, que si fue apto para enervar las posibilidades nacionales de expresión cultural es insuficiente ya. La trampa actual de la "intelligentzia" consiste en robarle al pensamiento nacional la terminología y el estilo y es así como se disfraza a base de un neoliberalismo que incluye expresiones como desarrollo, expansión, etc., que intentan canalizar por vías extraviadas el movimiento intelectual del país hacia su propia vía muerta. Esto es mucho más visible en las expresiones de la "intelligentzia" que se presentan como expertos económicos o tecnócratas porque éstos son los que reciben las órdenes de manera más directa de las metrópolis que hacen la colonización pedagógica y no se engaña como el resto de !a "intelligentzia" con su propia salsa cultural que les cambia el gusto del plato.

LO POPULAR COMO FUENTE

Ernesto Palacio escribía en "Criterio", en 1928, que el problema de escribir o no para el pueblo que dividía a los plumíferos, se resuelve escribiendo desde el pueblo. Creo que a eso estamos llegando y que ahí está la fuente. El cegado, pero siempre resurgente manantial, que rechaza lo que no es nuestro o lo recrea sobre la realidad y lo hace nuestro cuando lo cambia y adapta.
Explicar la génesis de la "intelligentzia" y como esta quedó prisionera de la colonización pedagógica que ella misma promovió, no supone la intención de volver a fojas uno, replanteando el problema a nivel de los momentos iniciales. Saber cómo fueron las cosas no implica olvidar que lo pasado pasó. Demanda simplemente plantear el problema para que la desnaturalización no se repita sobre las bases reales de la Argentina de hoy que son otras que las de ayer.
Hay un cierto nacionalismo que siendo históricamente anti-unitario incurre en la misma actitud que los unitarios en cuanto al método: a aquéllos no les venía bien el país de entonces, por criollo, y a éste no le viene bien el actual por gringo, y si aquéllos se fugaban del país al hipotético de mañana, no menos fuga es negar el país de hoy por el de ayer.
En esto Ernesto Palacio nos da la fórmula precisa: "Escribir (y quien dice escribir dice todo quehacer intelectual o artístico) desde el pueblo", es decir desde la realidad expresada por su agente humano y natural. Lo que supone integrarse en el mismo abandonando la presunción básica de la "intelligentzia", que es su atribución de un "status" de carácter intelectual diferenciado del pueblo y rector de éste, a que me referiré más adelante.
Diré ahora que incurro en transcripciones a menudo extensas, cosa que se me ha criticado en libros anteriores. Lo hago por humildad y porque me parece que si otro lo ha dicho mejor que yo, mejor es reproducirlo que parasitario; además acredita que no vengo a descubrir nada sino a redundar, de una manera tal vez más sistematizada, en una constante argentina: siempre el país ha tenido sus centinelas advertidos y combatientes, por más que se los haya silenciado sistemáticamente o deformado para evitar la generalización de su pensamiento. El recorrido de nuestra historia está lleno de mojones que han sido cubiertos deliberadamente por "la colonización pedagógica", que como las arenas del desierto se empeña en impedir que encontremos el verdadero camino.
Y me adelanto a prevenir al lector contra el pesimismo que pudiera surgir de la comprobación que haré de la magnitud de las fuerzas que enfrentarnos. No está de más recordar lo que sucede al estudiante de medicina a medida que en los primeros pasos va adquiriendo el conocimiento de las enfermedades, y como la sigue con todo su proceso teórico hasta el resultado fatal, se desalienta; solo se recobra cuando comprueba las realizaciones de la medicina con una visión de conjunto que acredita sus progresos por los índices generales y los "casos" observados y no por la evolución teórica de la enfermedad corno tal. Del mismo modo hay que razonar en esto: a pesar de las enfermedades que aquí se evidencian la conciencia nacional crece y crece, y es cada día más poderosa con lo que se comprueba que si los males son aterradores, la salud de lo argentino los superan en la afirmación de su propia personalidad. Solo así se explica que subsístanos, y que subsistiendo seamos cada día más definidamente argentinos; lo seremos si como en el judo, la fuerza del adversario se convierta en un instrumento de fuerza propio, para lo que bastará conocer la estructura y modos de la colonización pedagógica, pues desentrañada la índole real de la misma la inteligencia esclarecida multiplicará los efectos del contragolpe. Identificados los cipayos la cuestión se simplifica como en los dominios políticos directos porque cuando la acción tiene conciencia de que es, ya es. Lo demás es cuestión de tiempo y medios.
Este libro quiere ser un aporte más a la tarea de lograr esa conciencia.

LOS PROFETAS DEL ODIO (1957)

 (http://www.labaldrich.com.ar/wpcontent/uploads/2016/11/Jauretche,%20Arturo%20%20Los%20profetas%20del%20odio%20y%20la%20yapa%20-%20Segunda,%20tercera%20y%20cuarta%20parte.PDF)
Arturo Martín Jauretche 
(Argentina 1901-1974) pensador,escritor y político. Figura relevante del radicalismo y posteriormente del peronismo. Junto con Manzi, Dellepiane, del Mazo, Scalabrini Ortiz, Ortiz Pereyra y otros fundó FORJA, que desarrollaría los lineamientos del nacionalismo democrático, opuesto a la vez al nacionalismo conservador de los sectores reaccionarios. Marginados de la esfera política partidaria, los actos de FORJA se realizaron sobre todo a través de manifestaciones callejeras y publicaciones de edición propia (los conocidos como Cuadernos de FORJA). Desde el extranjero publicó en 1957 Los profetas del odio, un estudio sobre las relaciones de clase en Argentina a partir del ascenso del peronismo en el cual criticaba varias aproximaciones a la historia política argentina que gozaban de considerable ascendiente, en especial la de Martinez Estrada. Jaureteche interpretó estas alusiones como expresiones de los prejuicios de la clase media intelectual, irritada por la irrupción de actores novedosos en un ambiente político que había sido exclusivo de la burguesía desde la 1880; aunque los intereses materiales de esta clase estuviesen ligados al desarrollo de una densa capa de consumidores, sus hábitos le imponían una espontánea reticencia —casi racista; la asimilación de la tilinguería con el racismo es explícita en su obra— hacia los hábitos de las clases populares, una "miopía" que Jauretche criticaría reiteradamente en sus sucesivas obras
(https://es.wikipedia.org/wiki/Arturo_Jauretche)

miércoles, 25 de julio de 2018

DEL ESTADO DE DERECHO AL ESTADO DE SEGURIDAD / GIORGIO AGAMBEN


                    
No es posible comprender lo que realmente se juega en la prolongación del estado de emergencia en Francia si no se lo sitúa en el contexto de una transformación del modelo estatal que nos es familiar. Es crucial, primero que nada, desmentir el propósito de las mujeres y hombres políticos irresponsables, según los cuales el estado de emergencia sería un escudo para la democracia.
Los historiadores saben perfectamente que lo que es cierto es lo contrario. El estado de emergencia es justamente el dispositivo mediante el cual los poderes totalitarios se instalaron en Europa. Así, en los años que precedieron a la toma del poder por Hitler, los gobiernos socialdemócratas de Weimar habían recurrido tan a menudo al estado de emergencia (estado de excepción, como se lo nombra en alemán) que se pudo decir que Alemania había dejado de ser, antes de 1933, una democracia parlamentaria.
Ahora bien, la primera acción de Hitler, después de su nombramiento, fue proclamar un estado de emergencia, que jamás fue revocado. Cuando la gente se sorprende de los crímenes que pudieron cometerse impunemente en Alemania por los nazis, se olvida de que estos actos eran perfectamente legales, porque el país estaba sometido al estado de excepción y las libertades individuales estaban suspendidas.
No vemos por qué un escenario semejante no podría repetirse en Francia: imaginamos sin dificultad un gobierno de extrema derecha sirviéndose para sus fines de un estado de emergencia al que gobiernos socialistas han habituado a partir de ahora a los ciudadanos. En un país que vive en un estado de emergencia prologando, y en el que las operaciones de policía sustituyen progresivamente al poder judicial, cabe aguardar una degradación rápida e irreversible de las instituciones públicas.
         Esto es tanto más cierto que el estado de emergencia se inscribe, hoy en día, en el proceso que está haciendo evolucionar las democracias occidentales hacia algo que hay que llamar, ya mismo, Estado de seguridad («Security State», como dicen los politólogos estadounidenses).
La palabra «seguridad» ha entrado tanto en el discurso político que se puede decir, sin temor a equivocarse, que las «razones de seguridad» han tomado el lugar de aquello que se llamaba, en otro tiempo, la «razón de Estado». Hace falta, sin embargo, un análisis de esta nueva forma de gobierno. Como el Estado de seguridad no atañe ni al Estado de derecho ni a aquello que Michel Foucault llamaba las «sociedades de disciplina», conviene arrojar aquí algunas referencias con miras a una posible definición.
En el modelo del británico Thomas Hobbes, quien ha influenciado tan profundamente nuestra filosofía política, el contrato que transfiere los poderes al soberano presupone el miedo recíproco y la guerra de todos contra todos: el Estado es aquello que viene precisamente a poner fin al miedo. En el Estado de seguridad, este esquema se invierte: el Estado se funda duraderamente en el miedo y debe, a toda costa, mantenerlo, pues extrae de él su función esencial y su legitimidad.
Ya Foucault había mostrado que, cuando la palabra «seguridad» aparece por primera vez en Francia en el discurso político con los gobiernos fisiócratas antes de la Revolución, no se trataba de prevenir las catástrofes y las hambrunas, sino de dejarlas advenir para poder a continuación gobernarlas  y orientarlas a una dirección que se estimaba beneficiosa.
De igual modo, la seguridad que está en cuestión hoy no apunta aprevenir los actos de terrorismo (lo cual es, por lo demás, extremadamente difícil, si no imposible, porque las medidas de seguridad sólo son eficaces después del golpe, y el terrorismo es, por definición, una serie de primeros golpes), sino a establecer una nueva relación con los hombres, que es la de un control generalizado y sin límites — de ahí la insistencia particular en los dispositivos que permiten el control total de los datos informáticos y comunicacionales delos ciudadanos, incluyendo la retención integral del contenido de las computadoras.
El riesgo, el primero que nosotros levantamos, es la deriva hacia la creación de una relación sistémica entre terrorismo y Estado de seguridad: si el Estado necesita el miedo para legitimarse, es entonces necesario, en última instancia, producir el terror o, al menos, no impedir que se produzca. Se ve así a los países proseguir una política extranjera que alimenta el terrorismo que se debe combatir en el interior y mantener relaciones cordiales e incluso vender armas a Estados de los que se sabe que financian las organizaciones terroristas.

Un segundo punto, que es importante captar, es el cambio del estatuto político de los ciudadanos y del pueblo, que se suponía que es que el titular de la soberanía. En el Estado de seguridad, vemos producirse una tendencia irreprimible hacia aquello que bien hay que llamar una despolitización progresiva de los ciudadanos, cuya participación en la vida política se reduce a los sondeos electorales. Esta tendencia es tanto más inquietante porque había sido teorizada por los juristas nazis, quienes definen al pueblo como un elemento esencialmente impolítico, cuya protección y crecimiento debe asegurar el Estado.
Ahora bien, según estos juristas, hay una sola manera de volver político este elemento impolítico: mediante la igualdad de ascendencia y raza, que va a distinguirlo del extranjero y del enemigo. No se trata aquí de confundir el Estado nazi y el Estado de seguridad contemporáneo: lo que hay que comprender es que, si se despolitiza a los ciudadanos, ellos no pueden salir de su pasividad más que si se los moviliza mediante el miedo contra un enemigo que no le sea solamente externo (eran los judíos en Alemania, son los musulmanes en Francia hoy en día).
Es en este marco donde hay que considerar el siniestro proyecto de deterioro de la nacionalidad para los ciudadanos binacionales, que recuerda a la ley fascista de 1929 sobre la desnacionalización de los «ciudadanos indignos de la ciudadanía italiana» y las leyes nazis sobre la desnacionalización de los judíos.

Un tercer punto, cuya importancia no hay que subestimar, es la transformación radical de los criterios que establecen la verdad y la certeza en la esfera pública. Lo que impresiona en primer lugar a un observador atento a los informes de los crímenes terroristas es la renuncia integral al establecimiento de la certeza judicial.
Mientras en un Estado de derecho es entendido que un crimen sólo puede ser certificado con una investigación judicial, bajo el paradigma seguritario uno debe contentarse con lo que dicen de él la policía y los medios de comunicación que dependen de ésta — es decir, dos instancias que siempre han sido consideradas como poco fiables.
De ahí la vaguedad increíble y las contradicciones patentes en las reconstrucciones apresuradas de los eventos, que eluden adrede toda posibilidad de verificación y de falsificación y que se parecen más a chismorreos que a investigaciones. Esto significa que al Estado de seguridad le interesa que los ciudadanos —cuya protección debe asegurar— permanezcan en la incertidumbre sobre aquello que los amenaza, porque la incertidumbre y el terror van de la mano.
Es la misma incertidumbre que se encuentra en el texto de la ley del 20 de noviembre sobre el estado de emergencia, que se refiere a «toda persona hacia la cual existan serias razones de pensar que su comportamiento constituye una amenaza para el orden público y la seguridad». Es completamente evidente que la fórmula «serias razones de pensar» no tiene ningún sentido jurídico y, en cuanto que remite a lo arbitrario de aquel que «piensa», puede aplicarse en todo momento a cualquiera. Ahora bien, en el Estado de seguridad, estas fórmulas indeterminadas, que siempre han sido consideradas por los juristas como contrarias al principio de la certeza del derecho, devienen la norma.
La misma imprecisión y los mismos equívocos resurgen en las declaraciones de las mujeres y hombres políticos, según los cuales Francia estaría en guerra contra el terrorismo. Una guerra contra el terrorismo es una contradicción en los términos, pues el estado de guerra se define precisamente por la posibilidad de identificar de manera certera al enemigo que se debe combatir. Desde la perspectiva seguritaria, el enemigo debe —por el contrario—permanecer en lo vago, para que cualquiera —en el interior, pero también en el exterior— pueda ser identificado como tal.

Mantenimiento de un estado de miedo generalizado, despolitización de los ciudadanos, renuncia a toda certeza del derecho: éstas son tres características del Estado de seguridad, que son suficientes para inquietar a las mentes. Pues esto significa, por un lado, que el Estado de seguridad en el que estamos deslizándonos hace lo contrario de lo que promete, puesto que —si seguridad quiere decir ausencia de cuidado (sinecura)— mantiene, en cambio, el miedo y el terror. El Estado de seguridades, por otro lado, un Estado policíaco, ya que el eclipse del poder judicial generaliza el margen discrecional de la policía, la cual, en un estado de emergencia devenido normal, actúa cada vez más como soberano.

Mediante la despolitización progresiva del ciudadano, devenido en cierto sentido un terrorista en potencia, el Estado de seguridad sale al fin del dominio conocido de la política, para dirigirse hacia una zona incierta, donde lo público y lo privado se confunden, y cuyas fronteras provocan problemas para definirlas.

(publicado en Le Monde el 23 de diciembre de 2015)

domingo, 22 de julio de 2018


LA IZQUIERDA NACIONAL / JOHN WILLIAM COOKE



John William Cooke nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919; su padre, Juan Isaac Cooke, fue diputado por la Unión Cívica Radical y canciller durante el gobierno de Edelmiro Farrell. Cooke militaría en la Unión Universitaria Intransigente, mientras cursaba Derecho en la Universidad de La Plata. Egresó como abogado en 1943 y fue electo diputado por el peronismo, a los 25 años, para el período 1946-1952. En el Congreso fue presidente de las comisiones de Asuntos Constitucionales, de la Redacción del Código Aeronáutico y de la Protección de los Derechos Intelectuales. Fue profesor titular de economía política en la facultad de derecho y ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires entre 1946 y 1955. Integró la resistencia peronista, fue delegado de Perón y padeció cárcel y exilio. Es uno de los máximos referentes intelectuales de la izquierda peronista. Murió de cáncer el 19 de septiembre de 1968, dejando un importante legado en el seno del movimiento peronista. (1)

DEFINICIONES:(2)

17 DE OCTUBRE
Una tarde del invierno de 1933, una muchedumbre como nunca se había visto se congregó en el centro de Buenos Aires para asistir al entierro de Hipólito Yrigoyen. Esa demostración popular sólo mereció desprecio y desdén a la oligarquía gobernante: se trataba de una chusma que, gracias a la diligente acción policial cuando había elecciones, no afectaba para nada la hegemonía social y política de los selectos.
Doce años más tarde, la ciudad volvió a ser ocupada por una multitud que se volcaba en un acto de adhesión a su caudillo. Esta vez los sectores privilegiados no se burlaron: todavía les dura el pavor y el odio que les provocó ese 17 de octubre. Y también la ignorancia sobre el significado profundo de lo ocurrido.
Es que el fenómeno escapaba a la capacidad de comprensión de las clases dominantes. Aceptaron la explicación de que se trataba de una manifestación de malvivientes, grupos de desclasados y marginales ("lumpenproletariat", aclararon los cultos de su "izquierda" cipaya), reclutados por la policía. Así fue como pocos meses después, el misterio policial de octubre se transformó en el misterio matemático de febrero: todos los partidos políticos, los dueños de todos los votos, eran derrotados electoralmente por las organizaciones que habían formado apresuradamente el nuevo movimiento nucleado en torno a Perón.

Pasado el desconcierto de ese desastre imprevisible, los partidos de la Unión Democrática se refugiaron en interpretaciones de un idealismo delirante, que les permitía no sólo negar la legitimidad del nuevo régimen surgido del más estricto respeto a las normas de la democracia que ellos postulaban, sino continuar reivindicando la condición de representantes de la voluntad de esa ciudadanía que los desconocía repetidamente en los comicios. El peronismo —decían— era el resultado de la aplicación de técnicas totalitarias de manipuleo de la opinión de las masas, y por lo tanto era lícito recurrir a la violencia para derrocarlo; su irrespeto por el liberalismo económico y por los valores culturales impuestos por cien años de semicoloniaje fue invocado como prueba de que se trataba de una versión aborigen de los fascismos derrotados en Europa. Una vez más, las fuerzas del viejo régimen empleaban fórmulas de interpretación trasladadas de la realidad ultramarina.

LA OLIGARQUÍA RESTAURADA

Producido el golpe de 1955, la oligarquía restaurada desmanteló rápidamente el dispositivo económico peronista, si bien la realidad demostró que no era posible retrotraer las cosas al punto en que estaban antes del peronismo. En materia política, el imbecilismo de la tiranía militar llegó al punto de que el Ministerio de Relaciones Exteriores gestionó el envío de la legislación antifacista y antinazi, para aplicarla a los "vencidos". Pero he aquí que pasaba el tiempo, que el peronismo no sólo carecía de los resortes estatales sino que estos funcionaban integral y permanentemente en contra suyo, que su jefe estaba en el exilio, sus dirigentes políticos presos o exiliados, los sindicales proscriptos, sus signos, consignas, cantos e iconografía prohibidos, sus bienes incautados, y el decreto 4161 pendía con su viciosa crueldad sobre cualquier actividad proselitista. Y sin embargo, el Movimiento no se desintegraba, no perdía cohesión ni sus masas corrían a alistarse bajo las banderas de los partidos burgueses. Desde 1955 hasta la fecha, el proceso político argentino es una sucesión de dictaduras militares, directas o bajo cubertura de una falsa legalidad, que ensayan procedimientos para "integrar" a esa masa peronista en las estructuras del sistema burgués en crisis.
Descartada la tesis de qué éramos una multitudinaria congregación de papanatas, surgieron tácticas diversas: la ultragorila de tratarnos como "un caso de reformatorio político" (Toranzo Montero); la "integracionista", que nos convertiría en masa de maniobra del empresariado y los socios del capital norteamericano: la de escindirnos en réprobos ligados a Madrid y gente decente y razonable capaz de constituirse en partidos políticos neoperonistas, con discreta participación en los órganos políticos del Estado. La más reciente es la que postulan los teóricos del golpe de junio: el país está malogrado por la "falsa antinomia de peronismo y antiperonismo", que debemos superar para que pueda progresar la Nación. El actual régimen militar la traduce al terreno de los hechos mediante la tabla rasa de la "despolitización", reservándose el monopolio de las decisiones políticas mediante la tutoría, que asume por la violencia, de una ciudadanía condenada a consentir o exponerse a las espadas punitivas prontas a sancionar las rebeldías.
Todas esas fórmulas, con sus mezclas de zalamería y coerción, son ejercicios de la incompetencia, el egoísmo y la dependencia imperialista de nuestra clase dirigente. Porque la antinomia peronismo vs. antiperonismo no es una caprichosa creación del carácter de los argentinos, sino la forma concreta en que se da la lucha de clases en este período.

PERONISMO Y LUCHA DE CLASES

No se puede "superar" eliminándola como expresión político-partidista, como se intenta actualmente, porque responde a una contradicción insoluble entre un régimen capitalista que ha agotado su programa y vive en crisis permanente, y las fuerzas cuyas reivindicaciones no tienen satisfacción posible dentro del contexto de esa institucionalidad cuya entraña expoliadora intenta ocultarse bajo el "occidentalismo cristiano" y otros despropósitos propagandísticos del sistema mundial de explotación encabezado por Estados Unidos.
Por lo tanto, el peronismo es, por su composición social y sus luchas, revolucionario por esencia. Y si existe, en su seno, el peronismo revolucionario, es porque el régimen, mediante el manejo del aparato estatal y cultural, demora la toma de conciencia de las masas con respecto a las razones de la tragedia que sufren y a la política que pueda ponerle fin. Lo que llamamos "burocracia peronista" es, en síntesis, una capa dirigente que opera con los mismos valores del enemigo y es incapaz, por lo tanto, de conducir a las bases a la toma del poder, sin lo cual no hay salida ni para las clases trabajadoras ni para el país, pues ya hemos entrado en una etapa en que no hay nacionalismo burgués sino que revolución social y liberación nacional no son objetivos diferenciabas sino dos aspectos de un mismo proceso indivisible.

PERONISMO REVOLUCIONARIO

El peronismo revolucionario es una vanguardia que busca reconciliar la política del Movimiento con el verdadero papel que éste tiene en el enfrentamiento de las fuerzas sociales. Puesto que las masas no absorben el conocimiento como una pura teorética sino mezclado con la acción, la nuestra no es una obra de mera predicación sino de militancia combativa y de difusión de las verdades esenciales que eleven el nivel de conciencia de los sectores que tienen la misión de construir la nueva sociedad en un país liberado. La política revolucionaria es acción esclarecida por el pensamiento crítico; una permanente indagación sobre una realidad fluida que no se somete a ninguna sabiduría inmóvil centelleando verdades definitivas.
Mientras el peronismo no se estructure como "partido revolucionario" —es decir, con una política revolucionaria entendida como unidad de teoría, acción y métodos organizativos, seguirá librado al espontaneismo, a la yuxtaposición de tácticas que no se integran como estrategia, a los callejones sin salida en que sucesivamente lo meten los dirigentes burocráticos que no conciben otra salida que los frentismos electorales o los falsos atajos del golpismo.


Porque golpismo y electoralismo pitagórico no constituyen vías antagónicas sino que son dos hipótesis de una misma concepción que implica la renuncia a la toma del poder. Expresan la incapacidad de transformar nuestro número en fuerza, al poner el número al servicio de quienes detentan la fuerza; es decir, aceptan la "integracción",        que además es de una imposibilidad histórica. 

Porque el peronismo es la expresión de esa crisis integral del régimen burgués argentino.

El régimen tiene fuerza para subsistir pero no puede institucionalizarse porque el peronismo obtendría el poder, y aunque no formule un programa anticapitalista, la obtención de satisfacciones mínimas compatibles con las expectativas populares y las exigencias de autodeterminación llevarían a la alteración del orden social existente. El peronismo, por su parte, jaquea al régimen, agudiza su crisis y lo obliga a sobrevivir a costa de la flagrante violación de sus presupuestos ideológicas con que, nos definen los voceros de la burguesía, equilibrio inestable se manifiesta la irreductible incompatibilidad entre régimen y peronismo, signando el fracaso de todas las tentativas para integrarnos a las estructuras del statu quo, y de todas las líneas políticas del peronismo que busquen la "conciliación", la paz social, la pausa política, etc., etc.
Es preciso que demos el paso de la rebeldía a la revolución, que no se produce espontáneamente o por revelaciones que automáticamente surjan de la práctica de las masas, sino por la elaboración teórica que en parte substancial de la conducción. Nuestro déficit en este aspecto viene de lejos, y estamos pagando las consecuencias. Porque si negamos las frivolidades sociológicas conque nos definen los voceros de la burguesía, tampoco el convencimiento de nuestra trascendental razón de ser histórica puede confundirse con los paraísos artificiales de la autocomplacencia que nos hace depositarios de un destino providencial. El peronismo, como estructura del nucleamiento de la masa popular (política, administrativa, sindical, etc.) siempre ha estado por debajo de su calidad como movimiento de masas. Esta contradicción, mientras persista, nos condena no romper la adversa correlación de fuerzas que soportamos.
Al mismo tiempo, la orgullosa seguridad que el Movimiento ha opuesto a la denigración, el escarnio y las persecuciones, no puede hacernos incurrir en la ilusión de que somos los predestinados poseedores del devenir. Nuestra importancia es también nuestra responsabilidad, y si afirmamos ser uno de los polos de la antítesis político-social contemporánea no lo es a título exclusivo, sino como eje de un frente de la nacionalidad en lucha contra la explotación interna e internacional. El reciente golpe militar confirma que nuestra posición era correcta, pues significa un simple reajuste del régimen que desnuda sus títulos violentos y cierra los falsos caminos que nos presentaba el conformismo reformista.

La magnitud de la tarea, sus dificultades y peligros, convocan a la verdadera unidad, que es la del combate por la libertad real de nuestra patria y de nuestro hombre.

La calidad de revolucionario es la que sirve de base a esa solidaridad activa, haciendo desaparecer las diferencias secundarias en que se entretienen los que están alienados a la superestructura del intolerable orden burgués que nos oprime.
Buenos Aires, octubre de 1966.-

(2)  (Publicado en Cristianismo y Revolución Nº 2-3, octubre-noviembre 1966)